Page 218 - Lectura Común
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La lectura común Nuestra sombra iluminada
infolios, bibliotecas y se daba a confirmar datos, testimonios, a
emprender viajes y fijar residencia en los escenarios de sus ficcio-
nes, antes de atreverse a enfrentarse con los primeros capítulos.
Producto de ese trabajo de galeote son sus novelas de transición,
Fiebre y La Muerte de Honorio y luego las más señeras, Casas
Muertas, la vida de un pueblo desertificado por el paludismo y la
soledad; Oficina Nº 1, la del país del campo de concentración petro-
lero y prolongación de Casas Muertas; Cuando quiero llorar no
lloro, el libro de la insurrección juvenil y la lucha guerrillera urbana;
López de Aguirre, Príncipe de la libertad, la reivindicación de un
anticolonista y la última, en víspera de su muerte, La piedra que
era Cristo, desusada mirada al mártir del Gólgota, más hombre que
Dios, menos iglesia que ideario de justicia popular y desmitifación
de Barrabás, a quien cierta historia sacra mezquina su verdadera
condición de zenote, de guerrillero antirromano.
No tuvo tiempo nuestro Miguel Otero Silva para continuar
su obra novelística. No lo quiso así su muerte. La fatalidad nos [ 217 ]
priva hoy de una presencia indispensable. Si el dolor que terminó
amordazándolo fue físico, el otro, el de su herencia, el moral, lo
hubiera lastimado en demasía. Es esta la inextricable presciencia
de la dama silenciosa que espera por nosotros. Queda su año-
ranza, queda su postura humana y su escritura, inalcanzada por
toda borradura. Un país se llama así, Miguel Otero Silva, hoy y
mañana, ahora y después. Cada uno de nosotros lo reclama.
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