Page 214 - Lectura Común
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La lectura común                            Nuestra sombra iluminada
              prontamente en vehemencia verbal (eran los días de la cacería de
              la prensa de izquierda y de la lucha armada en los montes). Mien-
              tras así gesticulaba y avivaba su sorprendente inteligencia, el
              exiguo recinto fue menos licorería que aula de historia política
              y literaria, de periodismo y cultura, de militancia con la rebel-
              día y su fuego. No muy lejos de allí entintábanse los titulares de
              En Letra Roja y un poco más acá atisbaban los hombres de torva
              catadura de la Digepol, prestos a silenciar la salida del periódico.
              Mi camino hacia Orlando Araujo quedaba aún lejos, lo veía pasar
              o detenerse, nunca silencioso, en perpetua compañía, entre el bar
              y la universidad, entre la literatura y la utopía. Olía a licor, a humo
              de taberna. No; no podía seguirlo. No sabía cómo hacerlo, cómo
              atreverme. Entonces me fui de “compañero de viaje” con su escri-
              tura. Fue mi amigo silencioso en las páginas de sus libros, en los
              periódicos y los suplementos literarios. Comprendí así que tras
              sus arrebatos pendencieros y su afectuosa fraternidad se ocultaba,
              como la niebla de su aldea, acaso el verdadero Orlando Araujo, el   [ 213 ]
              de la ternura de su primera vez de aldeano y de soledumbre para-
              mera, el mitificador de labriegos y de ebrios, el de la ingrimitud a
              pie y a caballo, el turbulento del agua encumbrada, el suspirante
              de la endecha amorosa, el del coraje y la rabia, el del adiós con la
              lágrima tragada, el poeta del colegio y de la ventana de ojos moros,
              el artesano de un lenguaje precioso y humano. Entonces supe lo
              que era un revolucionario tenaz, en la meditación, el sentimiento,
              en la postura vital risueña y airada.
                  Bajaba subiendo, avanzaba devolviéndose con la aldea en el
              pecho y en la frente, la mostraba o la escondía, según golpeara
              duro el casco de caballo de su corazón o fuera salmodia de pájaro
              salvaje vallejiano su latido. Lo imaginé hendiendo el confín bari-
              nés, su otra terredad, la de la pendencia del octosílabo entre el
              hombre y el Maligno, la de los ríos, el tabaco y el viento. Montaña
              y llano, como decir la meditación y la elocuencia, con frío y caní-
              cula, iba fue y será Orlando Araujo en mí. Sus bravatas verbales y
              escritas duraban lo que tardaba su contentamiento en inventar






       Lectura comun heterodox   213                                   13/4/10   12:35:48
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