Page 215 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
historias para los lectores de la infancia, de cuya escritura serían
sus hijos y sus nietos héroes nacionales de la ternura o la amada
una y diversa, pero nunca única como Trina Urbina.
Ese mismo rostro pensativo y calmo que asoma en su narra-
ción más perdurable (porque nadie fue más rostro que mi amigo)
acusaba con igual vivacidad el ceño de la mirada hurgadora, atenta
al menor fulgor de franqueza y sensible al menor amago de falsía
e igual mirada dirigía a quienes abrazaban el oficio, la seria exi-
gencia ética de escribir y ser conjuntamente. Podía sorprender los
dones literarios que medraban en la prosa o la imagen del escritor
bisoño y con pareja certeza tomar con su sinceridad crítica por
el cuello a los profesionales de lo insustancial o el bandolerismo
esteticista o de apolillada ideología.
Yo le debo la enseñanza del quehacer literario como exigen-
cia del lenguaje, como práctica de una ética humanística y como
[ 214 ] compromiso libertario y el amor apasionado y reflexivo por su
Venezuela Violenta, mi otro Compañero de viaje a lo más hondo
de nuestra historia tantas veces interrumpida, tantas veces frus-
trada, la del prolongado reclamo de su dignidad, la de su inve-
terado sueño de soberanía. País a crédito, cruzado de interro-
gaciones de norte a sur, picoteado por pájaros de vuelo negro,
propiedad privada de los mismos colonizadores de España y de
Páez, que aprendió a leer la jerga de quienes la injurian y la expo-
lian, que se sabe responsable de su destino y hoy se enfrenta a la
vieja duda de los griegos: la intensidad o el punto final.
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