Page 217 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               combatiente durante los días del gomecismo, su enfrentamiento
               con la muerte en las playas de Coro cuando invadió a Venezuela
               junto con Gustavo Machado y un grupo de libertarios a los que
               animaba la ilusión de derribar la larga dictadura? ¿Cómo silen-
               ciar aquel boicot que sufriera El Nacional de entonces, acusado
               de comunista por cierta camarilla gerencial y por buena parte de
               nuestra sociedad pacata y de pacotilla, quienes lo conminaron
               a abandonar la dirección del diario sin que por ello su ya mítico
               equilibrio informativo sufriera mella ninguna?
                  Pero si así fue el periodista y su periódico, si de esta guisa
               ilustró su humanismo, de igual modo fue el ciudadano que supo
               convocar al país entero en el ejercicio del civismo democrático. A
               la sala de redacción de Puerto Escondido se allegaba indistinta-
               mente la Venezuela de las controversias políticas y culturales, las
               firmas de la nombradía y las de los desconocidos: nadie se supo
             [ 216 ] relegado. Se editorializaba con la verdad y sin la desmesura de lo
               subjetivo y lo primario avieso. El humorismo de su director se alió
               a las publicaciones de la risa de El Morrocoy Azul, su pícara irreve-
               rencia a las coplas sin autor conocido de Las Celestiales y la sátira
               a la escritura teatral de Don Mendo, esta vez firmada con su nom-
               bre y su sonrisa. Al periodismo, en verdad, entregó su desvelo y sus
               dones. Tanto, que hartas veces trató de mentirnos al afirmar que
               era un periodista prestado a la literatura. Sus lectores se encarga-
               ron de corregir su fingimiento y sobre todo sus libros: aquellos,
               los de sus poemas políticos, a los que Jesús Sanoja Hernández, ese
               otro inolvidable, llamara “poesía de cartel”; y los de su madurez
               como Agua y Cauce, la Elegía Coral a Andrés Eloy Blanco y La
               mar que es el morir. Pero sería su novelística la que ocuparía no
               poca parte de su destino, acosado por reclamos muchos, como
               el de aceptar el título de hombre-congreso y de académico, entre
               tantas otras dignidades.
                  Me consta cuánto achaque sufría en redactar su obra narrativa,
               cuánto escondite hubo de perseguir para alejarse de tales recla-
               mos. Minucioso investigador, registraba largamente documentos,






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