Page 209 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               las reuniones, los apurados diálogos de pasillos y juramento de
               concluir una noble botella de borgoña alguna tarde, sin saber
               exactamente dónde ni cuándo.
                  Para mi sorpresa, hace unas horas, tuve entre mis manos el
               esquivo manuscrito convertido en objeto de lectura múltiple,
               gracias al sello de El Perro y la Rana.
                  El espacio donde transcurre su anécdota es reconocible desde
               las primeras líneas: un villorrio costero, sombreado de palmeras,
               vecino al mar y al rumor de un río. Pescadores, comerciantes de
               los frutos marinos y otras vituallas, oriundos de su suelo y asenta-
               dos en él por varia causa y suerte, pueblan las casas y las callejas.
               La mujer ocupa por supuesto lugar primordial: es madre, abuela,
               amante. La infancia ulula y hace de las suyas. Los granujas de
               siempre cumplen desde temprano con la irreverencia y se placen
               en mortificar a los suyos. Pero el verdadero habitante es el paisaje,
             [ 208 ] undoso, de fronda continua y pajarería incontable, volcado sobre
               la playa, encumbrado en las montañas. Huele a mar, huele a sudor
               vegetal y hay un camino que da saltos hasta el pueblo cercano, el
               pueblo de más arriba, ostentoso de saberse tal y de lucir nombre e
               historia, en cambio que el que hace de personaje medra allá abajo,
               en medio de su desmesurado jardín, pero huérfano de nombre,
               sin escritura civil.
                  Nada parece ocurrir, salvo el que suscita todo avatar colec-
               tivo, toda convivencia social.
                  Un viejo camión acorta la distancia que aleja al pueblo del
               centro urbano. El tiempo tarda en anochecer y su luz empieza
               temprano. El humor, la risa y la ironía, acentúan la atmósfera
               humana que se respira a lo largo del libro. Nada parece alterar la
               respiración marina, el jolgorio de las aves y los niños camino a la
               escuela vecina, la confidencia, el testimonio, la vida secreta con-
               vertida en noticia, en orgullo y pesar, en deseo y desencanto. ¿Qué
               somos? se preguntan con insistencia los del pueblo sin nombre.
               ¿Cómo ser, cómo nombrarnos y más aún cómo prosperar y per-
               sistir?, agregan cada vez que inquieren por su destino. De pronto






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