Page 206 - Lectura Común
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La lectura común                            Nuestra sombra iluminada
              añorante. He aquí a los suyos, los de casa, como un único paisaje
              físico y moral. Y esta eres tú, amistad: te llamas pájaro, flor ama-
              rilla, de pronto espina, más allá río como vena abierta sobre el
              polvo. Tú también, ciudad, viaje, diálogo, libro, escritura, canto,
              mutismo. Todo es el otro o lo otro habitándonos y diciéndonos
              ese apenas algo más qué decir.
                  Si he de explicar las bondades de esta poesía no puedo menos
              de privilegiar el mirar de infancia con la que mi amiga entiende el
              mundo. Es como si al hacerlo tuviera con él una inteligencia into-
              cada por la suspicacia, por el descreimiento. Entre su cuerpo y su
              espíritu no hay nada abrupto, nada que los enfrente. Cada poema,
              la mayoría, concluye en lo inesperado, pero lo que acaece, aún las-
              timando, es recibido como regla de existencia, lo mismo que el
              florecer o la fructificación: cuanto esplende reclama marchitez y
              quebranto para ceder su agostamiento al ciclo de vuelo y caída
              que es propio del poema (“todo el que cae vuela”, sostiene Inge-
              borg Bachmann) como materia y esencia de nuestra alianza con   [ 205 ]
              la tierra. Norys Saavedra persigue tal contemplación de los con-
              trarios: le es —diríamos— indispensable.
                  No lo olvidemos, su poesía es menos escritura que mirada,
              que mirada hablante, desde unos ojos que todavía descubren lo
              genésico, lo que carece de pasado y lo que se retrasa en la memo-
              ria, y es brote y es yermo en un mismo pálpito de nacimiento y
              transfiguración. De allí que sus mudanzas en el tiempo y en el
              sentimiento no conocen deterioro o ruina. A quien duda de su
              perplejidad ante lo que es primera y última vida continua, ella
              pregunta: “¿Ya no soy/ porque me pones el nombre de la hoguera/
              y un tentáculo de espinas?”.
                  Es verdad que hay también una confesión que roza los esta-
              dos segundos, que bordea el insomnio a mitad de la inconscien-
              cia; y también es verdad que algo violenta su insistente sosiego,
              ese estado de ánimo tan frecuente en esta poesía, pero el zumo
              de la herida es dulce, abierta carne vegetal del pistilo o de la
              savia del yabo, el arbusto de las arideces que cede a la más débil






       Lectura comun heterodox   205                                   13/4/10   12:35:46
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