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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              una intuición más profunda de la verdad. “¡Es la guerra! —dice— ¡Que el
              poeta deponga su lira! Cantará después”. En este pasaje de su polémica
              con Tagore, la voz del Mahatma tiene un acento profético: “El poeta vive
              para el mañana y querría que nosotros hiciésemos lo mismo..., ¡Hay que
              tejer! ¡Que cada uno teja! ¡Que Tagore teja como los demás! ¡Que queme
              sus vestidos extranjeros! Es el deber de hoy. Dios se ocupará del mañana.
              Como dice la Gita: 212  ¡Cumplid la acción justa!”. Tagore en verdad, parece
              un poco ausente del alma de su pueblo. No siente su drama. No comparte
              su pasión y su violencia. Este hombre tiene una gran sensibilidad inte-
              lectual y moral; pero, nieto de un príncipe, ha heredado una noción un
              poco solariega y aristocrática de la vida: conserva demasiado arraigado,
              en su carne y en su ánimo, el sentimiento de su jerarquía. Para sentir y
              comprender plenamente la revolución hindú, al movimiento swadeshi le
              falta estar un poco más cerca del pueblo, un poco más cerca de la historia.
                 Tagore no mira la civilización occidental con la misma ojeriza, con
              el mismo enojo que el Mahatma: No la califica, como el Mahatma, de
              “satánica”. Pero presiente su fin y denuncia sus pecados. Piensa que
              Europa está roída por su materialismo. Repudia al hombre de la urbe.
              La hipertrofia urbana le parece uno de los agentes o uno de los signos
              de la decadencia occidental. Las babilonias modernas no lo atraen; lo
              contristan. Las juzga espiritualmente estériles. Ama la vida campesina
              que mantiene al hombre en contacto con “la naturaleza fuente de la vida”.
                 Se advierte aquí que, en el fondo, Tagore es un hombre de gustos
              patriarcalmente rurales. Su impresión de la crisis capitalista, impreg-
              nada  de  su  ética  y  de  su  metafísica,  es,  sin  embargo,  penetrante  y
              concreta. La riqueza occidental, según Tagore, es una riqueza voraz. Los
              ricos de Occidente desvían la riqueza de sus fines sociales. Su codicia,
              su lujo, violan los límites morales del uso de los bienes que administran.
              El espectáculo de los placeres de los ricos engendra el odio de clases. El
              amor al dinero pierde al Occidente. Tagore tiene, en suma, un concepto
              patriarcal y aristocrático de la riqueza.
                 El poeta supera, ciertamente, en Rabindranath Tagore, al pensador.
              Tagore es, ante todo y sobre todo, un gran poeta, un genial artista. En ningún

              212   Canción literaria hindú.


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