Page 303 - La escena contemporánea y otros escritos
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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
efectuaban un experimento útil a la humanidad, mortal para Rusia.
Pero la raíz de su resistencia era más recóndita, más íntima, más espi-
ritual. Era un estado de ánimo, un estado de erección contrarrevolucio-
naria común a la mayoría de los intelectuales. La revolución los trataba
y vigilaba como a enemigos latentes. Y ellos se malhumoraban de que la
revolución, tan bulliciosa, tan torrentosa, tan explosiva, turbase descor-
tésmente sus sueños, sus investigaciones y su discursos. Algunos persis-
tieron en este estado de ánimo. Otros se contagiaron, se inflamaron de fe
revolucionaria. Gorki, por ejemplo, no tardó en aproximarse a la revo-
lución. Los Soviets le encargaron la organización, y el rectorado de la
casa de los intelectuales. Esta casa, destinada a salvar la cultura rusa de
la marea revolucionaria, albergó, alimentó y proveyó de elementos de
estudio y de trabajo a los hombres de ciencia y a los hombres de letras de
Rusia. Gorki, entregado a la protección de los sabios y los artistas rusos,
se convirtió así en uno de los colaboradores sustantivos del Comisario de
Instrucción Pública, Lunatcharsky.
Vinieron los días de la sequía y de la escasez en la región del
Volga. Una cosecha frustrada empobreció totalmente, de improviso, a
varias provincias rusas, debilitadas y extenuadas ya por largos años de
guerra y de bloqueo. Muchos millones de hombres quedaron sin pan
para el invierno. Gorky sintió que su deber era conmover y emocionar
a la humanidad con esta tragedia inmensa. Solicitó la colaboración de
Anatole France, de Gerardo Hauptmann, de Bernard Shaw y de otros
grandes artistas. Y salió de Rusia, más lejana y más extranjera entonces
que nunca, para hablar a Europa de cerca. Pero no era ya el vigoroso
vagabundo, el recio nómada de otros tiempos. Su vieja tuberculosis lo
asaltó en el camino. Y lo obligó a detenerse en Alemania y a asilarse en
un sanatorio. Un gran europeo, el sabio y explorador Nansen, recorrió
Europa demandando auxilios para las provincias famélicas. Nansen
habló en Londres, en París, en Roma. Dijo, bajo la garantía de su palabra
insospechable y apolítica, que no se trataba de una responsabilidad del
comunismo sino de un flagelo, de un cataclismo, de un infortunio. Rusia,
bloqueada y aislada, no podía salvar a todos sus hambrientos. No había
tiempo que perder. El invierno se acercaba. No socorrer inmediatamente
a los hambrientos era abandonarlos a la muerte. Muchos, espíritus
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