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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
La personalidad de Ebert se formó dentro de este ambiente: Ebert,
enrolado en un sindicato ascendió de su rango modesto de obrero
manual al rango conspicuo de alto funcionario de la social-democracia.
Todas sus ideas y todos sus actos, estaban rigurosamente dosificados a
la temperatura política de la época. En su temperamento se adunaban
las cualidades y los defectos del hombre del pueblo rutinario, realista
y práctico. Desprovisto de genio y de elan, dotado sólo de buen sentido
popular, Ebert, era un condottiere perfectamente adecuado a la actividad
prebélica de la social-democracia. Ebert conocía y comprendía la pesada
maquinaria de la socialdemocracia que, orgullosa de sus dos millones
de electores, de sus ciento diez diputados; de sus cooperativas y de sus
sindicatos; se contentaba con el rol que el régimen monárquico-capi-
talista le había dejado asumir en la vida del Estado alemán. El puesto
de Bebel, en la dirección del partido socialista, quizá por esto perma-
necía vacante. La social democracia no necesitaba en su dirección un
líder. Necesitaba, más bien, un mecánico. Ebert no era un mecánico,
era un talabartero. Pero para el caso un talabartero era lo mismo, si no
más apropiado. Los viejos teóricos de la social-democracia —Kautsky,
Bernstein, etc.—, no tenían talla de conductores. El partido socialista los
miraba como a ancianos oráculos, como a venerables depositarios, de la
erudición socialista; pero no como a capitanes o caudillos. Y las figuras
de la izquierda del partido, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz
Mehring, no correspondían al estado de ánimo de una mayoría que
rumiaba mansamente sus reformas.
La guerra reveló a la social-democracia todo el alcance histó-
rico de sus compromisos con la burguesía y el Estado. El pacifismo de
la social-democracia no era sino una inocua frase, un platónico voto
de los congresos de la Segunda Internacional. En realidad, el movi-
miento socialista alemán, estaba profundamente permeado de senti-
miento, nacional. La política reformista y parlamentaria había hecho
de la social-democracia una rueda del Estado. Los ciento diez dipu-
tados socialistas votaron en el Reichstag 180 a favor del primer crédito de
guerra. Catorce de estos diputados, con Haase, Liebknecht y Ledebour a
180 Antiguo nombre del Parlamento alemán.
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