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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
Le tocó entonces a Ebert y a la social-democracia ejercer la repre-
sión de esta corriente revo lucionaria. En las batallas revolucionarias de
ene ro y marzo de 1919 cayeron todos los jefes de la Spartacusbund. Los
elementos reaccionarios y monárquicos, bajo la sombra del gobierno
social democrático, se organizaron marcial y fascísticamente con el
pretexto de combatir al comunis mo. La república los dejó hacer. Y, natu-
ralmente, después de haber abatido a los hombres de la revolución, las
balas reaccionarias empezaron a abatir a los hombres de la democracia.
Al ase sinato de Kurt Eisner, líder de la revolución bá vara, siguió el de
Haase, líder socialista indepen diente. Al asesinato de Erzberger, líder del
par tido católico, siguió el de Walter Rathenau, líder del partido demócrata.
La política social-demócrata ha tenido en Alemania resultados que
descalifican el método reformista. Los socialistas han perdido, poco a
poco, sus posiciones en el gobierno. Después de haber acaparado ínte-
gramente el poder, han concluido por abandonarlo del todo, desalojados
por las maniobras reaccionarias. El último gabinete se ha constituido sin
su visto bueno. Y ha señalado el principio de una revancha de la Reacción.
El fuerte partido de la revolución de noviembre es hoy un partido de
oposición. Sus efectivos no han disminuido. Los diputados socialistas al
Reichstag son ahora ciento treinta. Ningún otro partido tiene una repre-
sentación tan numerosa en el parlamento. Pero esta fuerza parlamen-
taria no consiente a los socialistas controlar el poder. La defensa de la
democracia burguesa es, presentemente, todo el ideal de los hombres
que en noviembre de 1918 creyeron fundar una democracia socialista.
La responsabilidad de esta política no pertenece, por supuesto,
totalmente, a Friedrich Ebert. Como se ha comportado Ebert en la Presi-
dencia de la República se habría comportado, sin duda, cualquier otro
hombre de la vieja guardia social-democrática; Ebert ha personificado
en el gobierno el espíritu de su burocracia.
El signo de Ebert no era un signo heroico. No era un signo román-
tico. Ebert, no estaba hecho del paño de los grandes reformadores. Nació
para tiempos normales; no para tiempos de excepción. Ha usado todas
sus fuerzas en su jornada. No podía ser sino el Kerensky de la revolu-
ción alemana. Y, no es culpa suyo si la revolución alemana, después de un
Kerensky, no ha tenido un Lenin.
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