Page 272 - La escena contemporánea y otros escritos
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La escena contemporánea y otros escritos


               la descomposición y el derrumbamiento de su gobierno eran inminentes,
               la Entente debía, por el contrario, ayudar a quienes se proponían apre-
               surarlos. Hasta la víspera de la paz de Brest Litowsk, Sadoul luchó por
               inducir a su embajador a ofrecer a los Soviets los medios económicos y
               técnicos de continuar la guerra. Una palabra oportuna podía detener aún
               la paz separada. Los jefes bolcheviques capitulaban consternados ante
               las brutales condiciones de Alemania. Habrían preferido combatir por
               una paz justa entre todos los pueblos beligerantes: Trotsky, sobre todo,
               se mostraba favorable al acuerdo propugnado por Sadoul. Pero el fatuo
               embajador no comprendía ni percibía nada de esto. No se daba cuenta en
               lo absoluto de que la revolución bolchevique, buena o mala, era de todas
               maneras un hecho histórico. Temeroso de que los informes de Sadoul
               impresionasen al gobierno francés, Noulens se guardó de trasmitirlos
               telegráficamente.
                  Los informes de Sadoul llegaron, sin embargo, a Francia: Sadoul
               escribía, frecuentemente, al Ministro Albert Thomas y a los diputados
               socialistas Longuet, Lafont y Pressemane. Estas cartas fueron oportu-
               namente conocidas por Clemenceau. Pero no lograron, por supuesto,
               atenuar la feroz hostilidad de Clemenceau contra los Soviets. Clemen-
               ceau opinaba como Noulens. Los bolcheviques no podían conservar el
               poder. Era fatal, era imperioso, era urgente que lo perdiesen.
                  Clemenceau dio la razón a su embajador. Sadoul se atrajo todas las
               cóleras del poder. La embajada estuvo a punto de mandarlo en comisión
               a Siberia, como un medio de desembarazarse de él y de castigar la inde-
               pendencia y la honradez de sus juicios. Lo hubiera hecho si una grave
               circunstancia no se lo hubiera desaconsejado. El capitán Sadoul le servía
               de pararrayos en medio de la tempestad bolchevique. A su sombra, a su
               abrigo, la embajada maniobraba contra el nuevo régimen. Los servicios
               de Sadoul, convertido en un fiador ante los bolcheviques, le resultaban
               necesarios. Mas el juego fue finalmente descubierto. La embajada tuvo
               que salir de Rusia.
                  La revolución, en tanto, se había apoderado cada vez más de Sadoul.
               Desde el primer instante, Sadoul había comprendido su alcance histó-
               rico. Pero, impregnado todavía de una ideología democrática, no se había
               decidido a aceptar su método. La actitud de las democracias aliadas ante


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