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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              los Soviets se encargó de desvanecer sus últimas ilusiones democráticas.
              Sadoul vio a la Francia republicana y a la Inglaterra liberal, exiliadas
              del  despotismo  asiático  del  zar,  encarnizarse  rabiosamente  contra  la
              dictadura revolucionaria del proletariado. El contacto con los líderes de
              la revolución le consintió, al mismo tiempo, aquilatar su valor. Lenin y
              Trotsky se revelaron a sus ojos y a su conciencia, en un momento en que
              la civilización los rechazaba, como dos hombres de talla excepcional.
              Sadoul, poseído por la emoción que estremecía el alma rusa, se entregó
              gradualmente a la revolución. En julio de 1918 escribía a sus amigos, a
              Longuet, a Thomas, a Barbusse, a Romain Rolland: “Como la mayor parte
              de nuestros camaradas franceses, yo era antes de la guerra un socia-
              lista reformista, amigo de una sabia evolución, partidario resuelto de las
              reformas que una a una, vienen a mejorar la situación de los trabajadores,
              a aumentar sus recursos materiales e intelectuales, a apresurar su orga-
              nización y a multiplicar su fuerza. Como tantos otros, yo vacilaba ante la
              responsabilidad de desencadenar, en plena paz social (en la medida en
              que es posible hablar de paz social dentro de un régimen capitalista),
              una crisis revolucionaria, inevitablemente caótica, costosa, sangrienta
              y que, mal conducida, podía estar destinada al fracaso. Enemigos de la
              violencia por encima de todo, nos habíamos alejado poco a poco de las
              sanas  tradiciones  marxistas.  Nuestro  evolucionismo  impenitente  nos
              había llevado a confundir el medio, esto es la reforma, con el fin, o sea la
              socialización general de los medios de producción y de cambio. Así nos
              habíamos separado, hasta perderla de vista de la única táctica socialista
              admisible, la táctica revolucionaria. Es tiempo de reparar los errores
              cometidos”.
                 Noulens y sus secretarios denunciaron en Francia a Sadoul como un
              funcionario desleal. Les urgía inutilizarlo, invalidarlo como acusador de
              la incomprensión francesa. Clemenceau ordenó un proceso. El Partido
              Socialista designó a Sadoul candidato a una diputación. El pueblo era
              invitado, de este modo, a amnistiar al acusado. La elección habría sido
              entusiasta.  Clemenceau  decidió  entonces  inhabilitar  a  Sadoul.  Un
              consejo de guerra se encargó de juzgarlo en contumacia y de senten-
              ciarlo a muerte.




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