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La escena contemporánea y otros escritos
de los bolcheviques, mientras que algunos socialistas, negando a Lenin
el derecho de considerarse ortodoxamente marxista, sostenían que su
personalidad acusaba, más bien, la influencia soreliana.
La C.G.T. se escindía porque los sindicatos necesitaban optar entre la
vía de la revolución y la vía de la reforma. El sindicalismo revolucionario
cedía su puesto, en la guerra social, al comunismo. La lucha, desplazada
del terreno económico a un terreno político, no podía ser gobernada por
los sindicatos, de composición inevitablemente heteróclita, sino por un
partido homogéneo. En el hecho, aunque no en la teoría, los sindicalistas
de las dos tendencias se sometían a esta necesidad. La antigua Confe-
deración del Trabajo obedecía la política del Partido Socialista; la nueva
Confederación (C.G.T.U.) obedecía la política del Partido Comunista.
Pero también en el campo sindical debía cumplirse una clasificación,
una polarización, más o menos lenta y laboriosa, de las dos tendencias.
La ruptura no había resuelto la cuestión: la había planteado solamente.
El proceso de bolcheviquización del sector comunista francés
impuso, por estos motivos, una serie de eliminaciones que, naturalmente,
no pudieron realizarse sin penosos desgarramientos. La Tercera Inter-
nacional, resuelta a obtener dicho resultado, empleo los medíos más
radicales. Decidió, por ejemplo, la ruptura de todo vínculo con la maso-
nería. El antiguo Partido Socialista que en la batalla laica, en los tiempos
prebélicos, había sostenido al radicalismo se había enlazado y compro-
metido excesivamente con la burguesía radical, en el seno de las logias.
La franc-masonería era el nexo, más o menos visible, entre el radica-
lismo y el socialismo. Escindido el Partido Socialista, una parte de la
influencia franc-masónica se traslado al Partido Comunista. El nexo, en
suma, subsistía. Muchos militantes comunistas que en la plaza pública
combatían todas las formas de reformismo, en las logias fraternizaban
con toda suerte de radicaloides. Un secreto cordón umbilical ligaba
todavía la política de la revolución a la política de la reforma. La Tercera
Internacional quería cortar este cordón umbilical. Contra su resolución,
se rebelaron los elementos reformistas que alojaba el partido. Frossard,
uno de los peregrinos convertidos en 1920, secretario general del comité
ejecutivo, sintió que la Tercera Internacional le pedía, una cosa superior
a sus fuerzas: Y escribió, en su carta de dimisión de su cargo, su célebre
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