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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
Pero la unidad era, sólo formal. Maduraba en el socialismo italiano,
como en todo el socialismo europeo, una nueva conciencia, un nuevo
espíritu. Esta nueva conciencia, este nuevo espíritu, pugnaban por dar
al socialismo un rumbo revolucionario. La vieja guardia socialista, habi-
tuada a una táctica oportunista y democrática, defendía, en tanto, obsti-
nadamente su política, tradicional. Los antiguos líderes, Turati, Treves,
Modigliani, D’Aragona, no creían arribada la hora de la revolución. Se
aferraban a su viejo, método. El método del socialismo italiano había sido,
hasta entonces, teóricamente revolucionario; pero prácticamente refor-
mista. Los socialistas no habían colaborado en ningún ministerio; pero
desde la oposición parlamentaria habían influido en la política ministe-
rial. Los jefes parlamentarios y sindicales del, socialismo representaban
esta praxis. No podían, por ende, adaptarse a una táctica revolucionaria.
Dos mentalidades, dos ánimas diversas, que convivían dentro del
socialismo, tendían cada vez más a diferenciarse y separarse. En el
congreso socialista de Bolonia (octubre de 1919), la polémica entre
ambas tendencias fue ardorosa y acérrima. Mas la ruptura pudo, aún,
ser evitada. La tendencia revolucionaria triunfó en el congreso Y la
tendencia reformista se inclinó, disciplinadamente, ante el voto de la
mayoría. Las elecciones de noviembre de 1919 robustecieron luego la
autoridad y la influencia de la fracción victoriosa en Bolonia. El Partido
Socialista obtuvo, en esas elecciones, tres millones de sufragios. Ciento
cincuenta y seis socialistas ingresaren en la Cámara. La ofensiva revo-
lucionaria, estimulada por este éxito, arreció en Italia tumultuosamente.
Desde casi todas las tribunas del socialismo se predicaba la revolución.
La monarquía liberal, el estado burgués, parecían próximas al naufragio.
Esta situación favorecía en las masas el prevalecimiento de un humor
insurreccional que anulaba casi completamente la influencia de la frac-
ción reformista. Pero el espíritu reformista, latente en la burocracia del
partido y de los sindicatos, aguardaba la ocasión de reaccionar. La ocasión
llegó en agosto de 1920, con la ocupación de las fábricas por los obreros
metalúrgicos. Este movimiento aspiraba a convertirse en la primera
jornada de la insurrección. Giolitti, jefe entonces del gobierno italiano,
advirtió claramente el peligro. Y se apresuró a satisfacer la reivindica-
ción de los metalúrgicos, aceptando, en principio, el control obrero de las
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