Page 131 - La escena contemporánea y otros escritos
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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
ciento treinta millones de habitantes, cuya producción y cuyo consumo
son indispensables al comercio y a la vida del resto de Europa.
Más tarde, reemplazado Wilson por Harding, los Estados Unidos
abandonaron el pacto de Versalles. La Sociedad de las Naciones, sin
la intervención de los Estados Unidos, quedó reducida a las modestas
proporciones de una liga de las potencias aliadas y de su clientela de
pequeñas o inermes naciones europeas, asiáticas y americanas. Y, como
la cohesión de la misma Entente se encontraba minada por una serie de
intereses rivales, la Liga no pudo ser siquiera, dentro de sus reducidos
confines, una alianza o una asociación solidaria y orgánica.
La Sociedad de las Naciones ha tenido, por todas estas razones, una
vida anémica y raquítica. Los problemas económicos y políticos de la paz
no han sido discutidos en su seno, sino en el de conferencias y reuniones
especiales. La Liga ha carecido de autoridad, de capacidad y de jurisdic-
ción para tratarlos. Los gobiernos de la Entente no le han dejado sino
asuntos de menor cuantía y han hecho de ella algo así como un juzgado
de paz de la justicia internacional. Algunas cuestiones trascendentes —la
reducción de los armamentos, la reglamentación del trabajo, etc.—, han
sido entregadas a su dictamen y a su voto. Pero la función de la Liga en
estos campos se ha circunscrito al allegamiento de materiales de estudio
o a la emisión de recomendaciones que, a pesar de su prudencia y ponde-
ración, casi ningún gobierno ha ejecutado ni oído. Un organismo depen-
diente de la Liga —la Oficina Internacional del Trabajo— ha sancionado,
por ejemplo, ciertos derechos del trabajo, la jornada de ocho horas entre
otros; y, a renglón seguido, el capitalismo ha emprendido, en Alemania,
en Francia y en otras naciones, una ardorosa campaña, ostensiblemente
favorecida por el Estado, contra la jornada de ocho horas. Y la cues-
tión de la reducción de los armamentos, en cuyo debate la Sociedad
de las Naciones no ha avanzado casi nada, fue en cambio, abordada en
Washington, en una conferencia extraña e indiferente a su existencia.
Con ocasión del conflicto ítalo-greco, la Sociedad de las Naciones
sufrió un nuevo quebranto. Mussolini se rebeló altisonantemente contra
su autoridad. Y la Liga no pudo reprimir ni moderar este ácido gesto de la
política marcial e imperialista del líder de los camisas negras.
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