Page 58 - La dimensión internacional del Gran Mariscal de Ayacucho
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58  Rafael Ramón Castellanos



                 aceptó gustoso, y el 27 del presente noviembre marcharon el General
                 Morillo de su cuartel general de Carache y el Presidente del suyo de
                 Trujillo al pueblo de Santa Ana, situado casi en el centro de ambos,
                 seguidos sólo de algunos Jefes al encuentro de S. E., y él mismo con
                 toda su comitiva salió hasta la entrada del pueblo a recibir al Presi-
                 dente. Al acercarse echaron prontamente pie a tierra, y se precipitaron
                 el uno hacia el otro, dándose estrechos abrazos. El General La Torre
                 hizo lo mismo, y siguieron por el pueblo donde el General Morillo
                 tenía preparada una comida militar, sencilla y delicada.
                   No es posible dar una idea exacta de las diferentes emociones, de
                 la sensibilidad, de la franqueza, sinceridad y nobleza con que S.S.
                 E.E. manifestaban de mil maneras la satisfacción de que gozaban
                 en aquel momento, en que salvando de un solo paso los diez años
                 de horror y de sangre, se veían por la primera vez, los que estaban
                 antes destinados a un mutuo exterminio, no sólo como hombres,
                 sino aun como amigos. Era recíproco el noble deseo de mostrar que
                 un olvido eterno debía sepultar los males pasados, y que debían
                 suceder la generosidad y la filantropía a la barbarie. Era general el
                 interés de hacer prevalecer la razón al furor, el respeto a los hombres,
                 a la facilidad de destruirlos, y que era indispensable que los tigres
                 huyeran a vivir con los tigres, cediendo el lugar a los hombres que
                 para sostener sus derechos respectivos no necesitan de identificarse
                 con las fieras. En la comida reinó una alegría sincera nacida del co-
                 razón y de la esencia misma del hombre, que sólo por el prestigio de
                 la superstición, del fanatismo o del error, puede extinguir su espe-
                 cie. El General Morillo propuso que se consagre a la posteridad un
                 monumento que perpetuara aquel día: que se erigiera una pirámide
                 en cuya base se grabarían los nombres de los Comisionados de Co-
                 lombia y de España que habían presentado, regido y concluido el
                 Tratado de Regularización de la Guerra entre los dos Pueblos: que
                 la primera piedra que debía ser el fundamento de esta pirámide,
                 fuera conducida por el Presidente y por él, que había aprobado y ra-
                 tificado aquel Tratado, que se vería en Europa como un documento
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