Page 71 - La Campaña de Quito
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70                                              La Campaña de Quito (1820-1822)



          comercio, los puestos públicos y en fin todo el dinamismo que determina
          la vida de un pueblo, estaban en manos de los españoles o de criollos
          crecidos y educados bajo el régimen colonial, cuando no en la misma
          España; resultaba de aquí, lógicamente, que sus fuentes principales de
          reclutamiento se hallasen en el mismo país.
               De sus altas sierras como de sus dilatadas costas, salieron, pues,
          esos soldados que durante tantos años pasearon victoriosa la bande-
          ra española, como también pasearon la que enarbolara Pumacahua,
          el formidable caudillo que al contar con un éxito de Belgrano en el
          Alto Perú habría sido —tal vez— el libertador de su propio suelo, el
          Perú. El nativo que era arrancado de su hogar y llevado al cuartel, se
          convertía sin embargo, bien pronto, en soldado disciplinado, sobrio y
          valeroso; en soldado a quien jamás arredraban las fatigas y privacio-
          nes, o las marchas prodigiosas y los combates sangrientos. Del país
          salieron esos soldados que hicieron flamear muy alto los pendones de
          Castilla en las campañas del Alto Perú, de 1811 a 1815, como en las
          de 1820-1823. Las batallas de Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma y Vilu-
          ma en el Alto Perú, como posteriormente las de Moquegua, Torata y
          aún Zepita, que es solo un incidente en esa asombrosa campaña del
          Desaguadero conducida por el propio virrey La Serna, fueron testigos
          del valor y proezas de los soldados peruanos, a quienes simplemente
          encuadraban los peninsulares. Del propio país fueron, por fin, esos
          soldados con quienes se podía pasear toda la Europa, según expresión
          del más bravo y experimentado de los generales españoles, don Jeró-
          nimo Valdez.
               Las grandes ideas de libertad proclamadas en el Perú ya desde
          1805, ideas que no pueden convertirse en realidad porque son aho-
          gadas en sangre (¡Aguilar, Ubalde, Silva, Zela, Castillo, Pumacahua
          y antes de todos Tupac-Amaru!), vuelven a propagarse desde que se
          anuncian los preparativos que hace San Martín, y en la masa del pue-
          blo va penetrando más y más la necesidad de sacudir el yugo sopor-
          tado ya trescientos años. Con el arribo de la “Expedición Libertado-
          ra”, esos sentimientos, que permanecían acallados por el terror desde
          Umachiri, van explosionando poco a poco hasta que se produce el
          estallido general.
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