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22 La Campaña de Quito (1820-1822)
así, por otra parte, los resultados estratégicos de la campaña. Lejos de
esto, entregó el mando al coronel Tolrá y él se dirigió a Quito a reasumir
sus funciones de presidente. Recién a los dos meses, que para los realistas
habían trascurrido en una completa pasividad, ordenó a Tolrá que em-
prendiese nuevas operaciones sobre Guayaquil que otra vez se hallaba en
plena agitación.
En efecto, todo este tiempo había sido bien aprovechado por Sucre
quien se dedicó a formar nuevas tropas a base de los dispersos de Huachi
y del destacamento de Yllingrot, que pudo retirarse a Guayaquil sin ser
perseguido, a la vez que reiteraba al Perú su solicitud de auxilios.
A mediados de noviembre el coronel Tolrá, al frente de 1.300 hom-
bres que habían permanecido en Riobamba, marchó por Guarandá has-
ta la Sabaneta donde se detuvo. Sucre, por su parte, reuniendo las pocas
tropas de que pudo disponer, se situó en Babahoyo e hizo proposicio-
nes a Tolrá para un armisticio. El coronel realista mal informado de la
verdadera situación de Sucre, que por cierto era bastante crítica, o si lo
estaba sintiéndose incapaz de batir a las reducidas tropas independien-
tes y llegar hasta Guayaquil, dio oídos a las propuestas y el 20 de dicho
mes firmó un convenio con el comandante de las fuerzas patriotas para
la suspensión de las hostilidades por noventa días en las provincias de
Guayaquil, Cuenca y Quito; después de lo cual se retiró a Riobamba.
Aunque, como era de esperarse, este acuerdo no fue ratificado por
Aymerich, Sucre se había sacudido del peligro que le significaba la pre-
sencia de Tolrá y de todos modos ganaba tiempo, que en sus difíciles
circunstancias era por el momento lo más necesario, para la prepara-
ción de la nueva campaña y la llegada de auxilios tanto del Perú como
de Colombia.
Aprovechándose del armisticio de Babahoyo, se continuaron en
Guayaquil los preparativos para la campaña de 1822. La Junta de un
lado, Sucre de otro, que transmitía por doquier su entusiasmo y me-
diante su espíritu tenaz vencía todos los obstáculos, el general La Mar,
que había sido nombrado comandante de armas de la plaza, y por fin el
coronel Luzurriaga enviado por San Martín, trabajaron incesantemente
en la reconstitución de las fuerzas militares y organización de las defen-
sas de la ciudad.