Page 46 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  45 45

           entonces el de la vida interior. Luego de completar el estudio de
           humanidades, mal aprendidos en su adolescencia abrió su alma
           de poeta a todas las corrientes de los siglos xv y xvi. Junto con los
           clásicos griegos y latinos estudiaba los escolásticos, leía los más
           célebres escritores y poetas del Renacimiento y tradujo en forma
           deliciosa Los tres diálogos de amor de León Hebreo. Al comenzar
           el otoño de la vida, su alma de artista solitario se orientó por la
           añoranza hacia su patria americana. Ella iba a ser desde lejos, en
           los frutos maduros, la verdadera tierra prometida de su espíritu.
           Mientras con sus propias manos Garcilaso sembraba en su huerto
           cordobés el arbusto de la coca y trataba de aclimatar en su jardín las

           flores que de niño recogió en los campos del Cuzco, empezó a narrar
           en estilo, lleno de gracia y amenidad, La historia general del Perú,
           Las guerras civiles entre españoles y La Florida del inca. Narrador
           folclorista es el historiador poeta de América. Pero donde su prosa
           sonriente llega a la más alta cumbre creadora es en los Comentarios
           reales. Memorias de su infancia, recuerdo de recuerdos que otros
           le narraron, allí convergen y se unen en amor como en su propia
           vida las dos corrientes principales que formarán las futuras nacio-
           nalidades americanas. Los Comentarios del Inca Garcilaso –dice
           Prescott el escritor angloamericano– son una emanación del espí-
           ritu indio. En efecto, si bien se escucha, bajo la transparencia de la
           prosa parece correr con rumor de lágrimas una queja de ultratumba.
           Es todavía el eco de la voz maternal cuando señalando las estrellas
           relataba en la noche las cándidas leyendas de la tradición incaica.
           Confiadas a la voz por carecer de escritura, ellas habían de apagarse

           para siempre al apagarse los últimos acentos maternales en los oídos
           del niño mestizo. Pero el niño desde la vejez y el destierro a impulsos
           de su nostalgia debía regresar a la infancia, recoger la voz milenaria
           con cariño filial y al encerrarla religiosamente en su prosa cristalina

           hacer con ella un símbolo. Ese temblar de lágrimas, como lejano
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