Page 44 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  43 43

           aquellos años de sangre y fuego. Perseguidos por los enemigos de
           Garcilaso quienes los buscaban para degollarlos, saqueada la casa
           y quemados los muebles, muertos de terror, encerrados los dos en
           una sala secreta del caserón, la cacica y su hijo vivían del maíz que
           les llevaban a escondidas sus criados indios y españoles. Más de una
           vez, en la noche, por entre dos hojas de ventana, el niño Garcilaso
           había visto pasar por la calle al enemigo de su padre, el terrible y
           hermoso viejo Carvajal. A caballo en su mula parda, brillándole en
           la sombra la barba de nieve, con un albornoz morado y un sombrero
           de tafetán lleno de plumas blancas disponiendo preparativos de
           guerra y decretando suplicios y muertes, bajaba el viejo trotando
           por la calle estrecha y silenciosa.
              Pasado el terror, continuó doña Isabel junto a su hijo, ocupando
           en la casa, en ausencia de Garcilaso, su puesto de esposa y de prin-
           cesa inca. Cuando por Navidad y por San Juan llegaban los enco-
           menderos a pagar los tributos, su hijo la ayudaba a llevar las cuentas
           con los nudos de los quipos que era la escritura incaica. En las tardes
           eran las largas veladas familiares, durante las cuales llegaban de
           visita sus parientes, los viejos pallas o príncipes incas que se habían
           salvado de las matanzas de Atahualpa y de la guerra con los espa-
           ñoles. Reunidos en tertulia, alrededor de su madre, el niño los oía
           recordar los esplendores pasados, los presagios celestes que habían
           anunciado la ruina del Imperio y, según dice el mismo Garcilaso,
           con sus palabras textuales: “Con la memoria del bien perdido
           acababan siempre en lágrimas y en llanto diciendo: ‘Trócesenos el
           reinar en vasallaje’”. A solas con su madre ella le contaba a menudo
           con voz temblorosa de emoción la suave leyenda de Manco Cápac y
           de su mujer, hijos del Sol, civilizadores del mundo y fundadores del
           Cuzco. En las noches tibias, trémulas de luceros, la madre lo llevaba

           de la mano y le enseñaba en la altura la figura de la alpaca celeste
           cuyos miembros forman la vía láctea; le mostraba en las manchas de
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