Page 59 - Guanipa-Endenantico
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Earle Herrera


                  La cápsula nunca apareció. A los técnicos de aquí, se
            sumaron expertos extranjeros duchos en olfatear, como sabue-

            sos biónicos, coroticos nucleares extraviados por ahí. Nada, El
            Tigre se engulló la cápsula y no estaba dispuesto a vomitarla
            pues, gracias a ella, alcanzó la mayor publicidad de su historia.
            Se convirtió un tigre atómico.


            El rancho cinético

                  Viajar por tierra de El Tigre a Ciudad Bolívar era co-

            rrer el riesgo cierto de morir de fastidio. En esta carretera
            los accidentes ocurrían por aburrimiento. Una larga recta de
            paisaje invariable, flanqueada por chaparros de silbido monó-
            tono, exigía sufrir de insomnio para no dormirse en más de

            100 kilómetros martirizados por un sol obstinado, siempre
            perpendicular a la interminable línea de asfalto espejeante.
            Las cosas cambiaron. Al pintor Rafael Bogarin se le ocurrió
            hacer un museo artístico a lo largo de la carretera. El Gobierno

            apoyó la idea. Convocó a pintores de varios países de América
            y Europa, y un buen día, aquella recta quedó convertida en el
            primer museo vial del mundo. El paisaje cambió totalmente.
            La recta se acortó. Y los viajeros van de sorpresa en asombro

            y de goce en goce descubriendo obras y artistas.

                  Pero un día desapareció una de las vallas, luego otra. Se
            tejieron muchas hipótesis, algunas dignas de James Bond y otras

            de Jorge Luis Borges. Finalmente, se aceptó que quien se llevó las
            pinturas lo hizo para construirse un rancho. Si aceptamos esta
            conjetura, en las afueras de El Tigre, en algún barrio marginal,


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