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Guanipa Endenantico


            (para los “americanos”) y Campo Sur (empleados y obreros
            calificados venezolanos). Para los habitantes de El Tigre y El

            Tigrito, quienes vivían en San Tomé era gente importante.

                  Pero San Tomé no tenía río y El Tigrito sí. Y aunque los
            jorungos hicieron su piscina allá en Campo Norte, las piletas

            no sirven para hacer picnic. Un día, previa autorización de
            las autoridades perezjimenistas, entre El Paso de la Línea y el
            Cerro del Diablo, llegaron con sus tractores, dragaron el río,
            encementaron su fondo, levantaron un trampolín a la orilla

            izquierda y convirtieron ese tramo en algo que no era río ni
            piscina. Cercaron esa zona y ya uno no podía bañarse allí los
            sábados y domingos.


                  Esos días, desde los matorrales cercanos, diez o doce
            pares de ojos de vaguitos imberbes miraban en silencio a los
            musiúes tirándose del trampolín, las gringas de piernas rojas
            y flacas masticaban hamburguesas y bebían cocacola y otros

            jorungos jugaban baraja mientras le metían al güisqui y ha-
            blaban en guasimariyú. Daba tirria no poder entrar adonde
            siempre uno había entrado, ya no podíamos atravesar el río de
            punta a punta, había que detenerse allí porque los gringos, al

            vernos, gritaban “¡fuerra, fuerra!” ¡Estaba declarada la guerra!
            Como lo oyen: la guerra.

                  En la bodega de Don Urbano, un adeco clandestino,

            hicimos las gomeras (chinas). El pulpero nos agitó y nos regaló
            pichas (metras) que utilizaríamos como proyectiles, aunque
            nosotros las guardábamos y las sustituíamos por piedras. Fue


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