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doblábamos hacia la avenida España. En El Tigre, a diferen-
cia de Caracas, caso único en el país, las esquinas no tienen
nombre, excepción hecha la de El Luchador, nominativo co-
mercial del bar-arepera-fuente de soda que abrieron allí. Para
echármelas de sabio cronista del pueblo, le solté el caletre que
me enseñó mi colega y amigo Calazán Guzmán, quien fuera
corresponsal en la zona de El Nacional y director de “La Voz
de El Tigre”. Calazán nos cuenta:
“En el sitio que hoy cruza la Avenida España y comienza
la Francisco de Miranda, donde comenzó El Tigre a dar sus pi-
ninos de ciudad, había allí un pequeño expendio de comidas y
bebidas que permanecía abierto desde muy tempranas horas
mañaneras hasta horas avanzadas de la noche, al cual concu-
rrían parranderos, trasnochadores, curiosos y bohemios de
todas las categorías, a iniciar o continuar la farra para darle
soltura a las penas del alma o llorar las malquerencias del
corazón. En fin, este negocito era lugar de cita obligada para
los contados habitantes de ese entonces, como obligado era
el ‘palito’ de ron ‘Luchador’, la bebida más popular –y a veces
la única–, más barata y asequible a todas las economías y que
permitía que con una botella se emborracharan unos cuantos.
Para cubrir las exigencias, se reunían allí, igualmente, un gru-
po de mujeres que ofrecían a los presentes dulces, empanadas,
arepas y fritangas, quienes unidas por el criterio de ‘luchar por
la locha’, fueron convirtiendo este punto tal vez en el primer
centro buhoneril que tuvo la ciudad”.
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