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Earle Herrera
CANTAURA DE LOS CHANGURRIALES
He seguido de cerca a la virgen de la Candelaria. La patro-
na de estos sabanales y misiones indígenas ha guiado mis
pasos por carreteras interminables, habitaciones estudianti-
les y hasta más allá de la mar océano, como decir, a su lu-
gar de origen. De estudiante de la Universidad Central de
Venezuela viví en una habitación, mejor sería llamarla pie-
za, que me alquiló una canaria en la parroquia La Candelaria,
a dos cuadras de la plaza del mismo nombre y de la iglesia y
casa parroquial. Pasados los años y, a la vez, los años pasando
por mí con sus huellas indelebles, luego de vivir en avenida
San Martín de la parroquia San Juan, de Caracas, me mudé
con mi esposa e hijos a la parroquia donde había empezado
mi carrera universitaria: La Candelaria.
Tiempos aquellos de final de una década –los años
60–, quizás tan loca como los años 20, pero más violen-
ta que los días del esplendor de un imperio naciente que
pronto conocería la resaca de la gran depresión. Década
de los Beatles, de los magnicidios mass-mediáticos como el
de John Fitzgerald Kennedy, del sueño truncado de Martin
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