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Guanipa Endenantico
en experto jinete, hábil nadador y ser considerado ‘el esgrimista
del ejército’”, (p. 38-39).
Sumergirnos en la historia colonial de nuestra ciudad,
hurgar en nuestros orígenes, es repasar unas páginas que nos
llenan de admiración, nos hacen fruncir el ceño algunas veces,
y otras, nos arrancan la complicidad de la sonrisa. Leyenda
y realidad van de la mano, lo mágico religioso marca los re-
latos, las supersticiones pueblan los caminos, la penuria so-
meten a duras pruebas a las madres y padres fundadores, y
los actos heroicos cruzan la epopeya. No solo el joven José
Antonio Cayetano de la Trinidad Anzoátegui-Hernández se
sale de las normas. Los adultos tienen sus historias que sería
largo y delicioso relatarles, si no fuera porque nos apartaría-
mos del tema que nos convoca y del héroe que honramos.
Baste contarles por ahora que si el alma del Tirano Aguirre
andaba penando por ahí y provocando terremotos, los pobla-
dores “se distraían en las ‘cuerdas de gallos’ que los aristócratas
y religiosos realizaban. Una disposición de 1799, emanada del
Vicario de la Provincia de Caracas, Fray Juan Antonio Ravelo,
ordenaba terminantemente a los superiores que quitaran los
naipes a los frailes y que de ningún modo les permitieran tener
gallos atados, dentro ni fuera de la clausura. Pero Fray Marcelo
Laguna, acompañado de su socio Catalán, seguidos de los ne-
gros que les llevaban sus gallineros, se presentó en Cumaná,
procedente de Barcelona, a mediados de diciembre de 1805,
dispuesto a responder el reto que les habían dirigido los galleros
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