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ficción y realidad en el caracazo


            consideraba superior a los hombres de letras de su tiempo.
            El mismo Orlando Araujo, autor de la cita anterior, coloca
            como epígrafe de su nota crítica, la confesión de un perso-
            naje de Rodríguez, que no es otro que el mismo Argenis
            Rodríguez: «Me he convertido en un hombre indiferente
            a cualquier cosa que no tenga que ver conmigo o con mis
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            ambiciones» . En sus libros testimoniales y sobre todo en
            sus artículos, Rodríguez deja constancia de ese ego lite-
            rario que, en un mundo de ególatras como el de las letras,
            es difícilmente superado.
                Solitario, bohemio, atormentado, Argenis Rodríguez
            escribe sobre su tiempo. Es implacable con la sociedad,
            la alta y la pequeña burguesía; con el país político, sea de
            izquierda o de derecha; con los intelectuales y artistas.
            Con sus novelas, va construyendo su soledad, su aisla-
            miento. Investiga, observa y vive lo que escribe. En los
            años sesenta se va a las guerrillas, más que por razones
            ideológicas, para escribir una novela sin que nadie le eche
            cuentos. Se burla de aquellos escritores que publicaron
            poemas, cuentos y novelas sobre la lucha armada desde
            sus escritorios, sin arriesgar el pellejo. Como su vida, su
            estilo es directo, mordaz, provocador. Difícil separar al
            Argenis Rodríguez escritor, hombre de carne y hueso, del
            Argenis Rodríguez de sus ficciones, convertido en perso-
            naje de sí mismo. No lo hicieron literato las experiencias vi-
            vidas —estas fueron su materia—, sino los libros y novelas
            que desde joven literalmente devoró.
                Siempre amenazó con su suicidio, en privado y en pú-
            blico, a través de sus artículos. El cotarro literario terminó
            resignándose a que ello nunca ocurriría. Pero pasados los


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               Ibid., p. 345.
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