Page 127 - Agroecologías insurgentes en Venezuela Territorios, luchas y pedagogías en revolución
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La lenta construcción del futuro | 127
mirar a un país que tuvimos o estuvimos a punto de tener. Un país del que
—¡disgústele a quien le disguste!— pueden, deben y se están rescatando
los datos socioproductivos y culturales necesarios para ejecutar con buen
pie el acto llamado independencia.
El Chávez del 80 % de aceptación, el que recibió el mandato de
un país para conducir una revolución, podía darse el lujo de proponer
acciones contraculturales, y lo hizo. No le resultó forzado, porque en el
enunciado de su propuesta acudió a lo más primario, primitivo, primigenio
y primordial de su formación: el amor del terruño, de la casa de su abuela,
la práctica rural con todos los símbolos, rituales y datos específicos de
la ruralidad. Mujer y cultura en cierta forma precapitalistas. Rosa Inés
vivió a comienzos del siglo XX y sus códigos familiares los obtuvo de
una Venezuela liquidada hacía rato: una Venezuela del siglo XIX, una
Venezuela que se las arreglaba mal o bien para moldear una cultura al
margen del petróleo.
Chávez hablaba del conuco, de la camasa, del rejo, del patio de tierra,
del ancestro indígena, del fogón y de la costumbre de sembrar con un
afecto y una pasión que eran tan nostálgicos como propositivos: no nos
propuso directamente regresar al siglo XIX, pero quedaba claro que sabía
“algo”, que intuía algo imposible de soslayar a estas alturas: la construcción
del socialismo —o como se llame lo que estamos haciendo mientras
intentamos dejar atrás la ciudad industrial— no tiene su sustrato físico y
espiritual en los libros, sino en la práctica de un ser humano venezolano
que casi fue extinguido. Casi: es difícil encontrarlo, pero por ahí anda. ¡Hay
que salir a buscarlo!
Dicho esto, el camino nos lleva o nos trae, a Chávez y a todos nosotros,
a una paradoja que tal vez sea aparente y temporal, pero no hay forma de
esquivarla o ignorarla, porque su enormidad destruiría cualquier intento
de discurso romántico: estamos justo en el momento de demoler el dato
perverso de la ciudad alienada e improductiva, pero todavía, para comer
mañana, es preciso acudir a prácticas del capitalismo industrial que se han
hecho crónicas. Estamos avanzando lentamente en la erradicación de los
agrotóxicos y de las grandes plantaciones; pero, sin agrotóxicos y sin grandes
plantaciones (y sin importaciones y sin la relación comercial capitalista con
países a quienes no les importa nuestro modelo en construcción, sino
nuestro dinero, que todavía nos queda), por ahora, pareciera ser imposible
la proeza o la necesidad de alimentar a 32 millones de personas.