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Los sentidos del marxismo


           abstractas; en la “era del vacío” (de proyectos, de futuro), que es una proce-
           dencia directa de la naturalización del capitalismo, el marxismo se erige en
           una especie de santuario de saberes teórico-prácticos imprescindibles para la
           emancipación de las clases subalternas y oprimidas. ¿Cómo no revalorizarlo?
           ¿Cómo no revisitarlo, una y otra vez?
              Prescindir  del  marxismo,  obviarlo,  es  renunciar  lisa  y  llanamente  a  una
           de las más relevantes f losofías inmanentes de las personas explotadas y opri-
           midas, a uno de los puntos de partida más prolíf cos e insoslayables a la hora
           de comprender/impugnar/transformar la realidad. Dejar de lado el marxismo
           es resignarse a una percepción opaca y miserable; es condenarse a vivir en un
           orden ilusorio donde directamente está vedada la idea de porvenir. Y también
           es renunciar a la posibilidad de repudiar y despreciar los principios (in)morales
           de los opresores. El marxismo sigue siendo clave para hacer inteligible el mundo
           como totalidad en el marco de la fragmentación y el aislamiento (de seres,
           objetos y procesos) que el capitalismo produce y reproduce constantemente.
              El  marxismo  permanecerá  indispensable  mientras  exista  conf scación  y
           plusvalía, dominación, opresión y explotación; alienación, fetichismo y cosi-
           f cación; uniformidad, superstición, tristeza y conformismo. El marxismo es
           necesario para librarnos del destino que nos condena a la índole de habitantes
           ingenuos en un mundo de apariencias, incapaces de ver lo que subyace, de
           descifrar jeroglíf cos.
              Por eso debemos recuperarlo como el “ambiente” de nuestras ideas, como
           “fuente común” capaz de reintegrar la conciencia fragmentada, como insumo
           para producir una conciencia política inédita que rompa con la impotencia
           institucionalizada y haga posible un nuevo ciclo histórico.
              Ahora bien, este deseo no implica exigirle al marxismo que unif que las
           diversas  orientaciones  emancipatorias,  que  provea  por  sí  mismo  una  visión
           política global, una línea ideológica común o un mecanismo orgánico apto
           para canalizar las luchas populares; más allá de que, sin dudas, pueda aportar
           a cada cosa. Sin renunciar a la idea marxista de un proyecto universal y tota-
           lizador, creemos que se trata de pensar caminos alternativos para lo universal
           y de contemplar la posibilidad de totalidades no totalitarias. Porque cada vez
           que se recurrió a la “ideología marxista-leninista” para resolver esas necesidades
           básicas de un proyecto emancipador, cada vez que esta “ideología” fue invo-
           cada como atajo para la coherencia que demandaba una observancia rigurosa,
           salieron deteriorados tanto el marxismo como el proyecto. De este modo, el
           marxismo terminó obturando la dialéctica entre ideología y praxis, funcionó
           como ideología autoreferencial y autosuf ciente que se impuso a la cultura (a las
           culturas). Lo que suele ser un manantial de lo inauténtico y hasta de lo oscuro.
           La oscuridad en el marxismo no tuvo una fuente privilegiada, y provino de las
           que pueden ser también sus fuentes de luz: la creencia y la ciencia.


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