Page 193 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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futuro que el cotidiano. Pero nunca antes se había avanzado tanto.
                Al mismo tiempo, Lula tuvo la habilidad de atender a las élites:
              empresarios nacionales, la industria transnacional y, claro, el capi-
              tal –la banca, esa meliflua y sacrosanta entidad llamada “mercado
              financiero”– obtuvieron altos beneficios.
                Ese juego de doble vía, doble rostro, sin embargo, jamás ocultó una
              verdad: las mismas élites ampliamente beneficiadas por Lula siguie-
              ron despreciándolo, en uno de los casos más ejemplares del prejuicio
              social imperante en Brasil. Jamás perdonaron que un hijo de una re-
              gión de atraso y miseria, que cometía errores gramaticales, que vino de
              los sótanos de la vida más humilde y humillada, tuviese no sólo seme-
              jante poder sino pleno respaldo popular.
                Ese es el fondo que generó la olla en la que se cocinó el golpe
              concretado en agosto de 2016. Mucho más que contra Dilma y sus
              eventuales equívocos, la verdadera razón fue interrumpir un proce-
              so político iniciado en 2003, imponer una acción de tierra arrasada
              y devolver el poder a las élites de siempre.

              Intereses geopolíticos
              No es necesario mencionar el interés de fuerzas externas en liqui-
              dar los gobiernos del PT. Mientras estuvieron en el poder, primero
              Lula y luego Dilma (aunque de manera bastante menos enfática)
              lograron consolidar un protagonismo específico para Brasil en el
              gran mapa global.
                Los intereses despertados por la política Sur-Sur impulsada por
              Lula en sus dos mandatos fueron de encuentro a los de los gran-
              des centros de poder político y económico. Fortalecer el Mer-
              cosur, la Unasur y los BRICS (espacio que reúne a Brasil, Rusia,
              India, China y Sudáfrica) seguramente no ha sido de agrado ni
              de Washington ni de la Unión Europea, y menos de la gran banca
              internacional. Además, la política de protección a los intereses
              soberanos de Brasil sobre las extraordinarias reservas de petró-
              leo descubiertas con tecnología propia en los últimos doce o tre-
              ce años contrarió frontalmente el apetito de las grandes multina-
              cionales del sector.
                Muy rápidamente, tan pronto Michel Temer asumió la presiden-
              cia, en mayo de 2016, la política externa “activa y altiva” impulsada
              por Lula abrió paso a su furibunda negación, llevada a cabo por el
              canciller José Serra, que ni siquiera sabía nombrar los países a los
              que correspondía la sigla BRICS (tuvo que ser auxiliado por el re-
              portero que lo entrevistaba).


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