Page 192 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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gobierno, tratando de mostrar que sería un mandato independiente,
            liberado de la sombra poderosa de Lula, y lo que logró fue armar un
            gabinete que más se parecía a un sindicato de mediocridades.
             Pero no ha sido por ninguno de esos equívocos que sufrió el golpe
            institucional. La verdadera raíz de lo que luego sacudió al país está
            en el primer día de enero de 2003, cuando Lula llegó a la presidencia.
             Dueño de una intuición política sin paralelo en el escenario de las
            últimas décadas en Brasil, en sus dos mandatos Lula impuso un cam-
            bio radical en el escenario nacional. Lanzó programas de inclusión
            social comparables a los de Getulio Vargas en la década de 1940.
            De la reducción de la miseria a la inclusión de 43 millones de bra-
            sileños en el mercado de consumo, de la implantación de medidas
            que fortalecieron la industria a la acción de política externa definida
            como “activa y altiva”, hubo iniciativas que terminaron sirviendo de
            ejemplo y referencia en todo el mundo.
             Además, Lula tuvo sensibilidad y percepción suficientes para sa-
            ber el momento exacto de imponer cambios de ruta sin perder el
            rumbo. Preservó algunos principios económicos heredados de su
            antecesor,  Fernando  Henrique  Cardoso,  para  mantener  el  equili-
            brio posible en las cuentas públicas y asegurar la estabilidad de
            la economía. Pero, al mismo tiempo, supo impulsar una primera y
            muy significativa etapa de cambios sociales: en el periodo de Lula
            se  asentaron  las  bases  para  que  Brasil  fuese  excluido  del  mapa
            mundial del hambre.
             Es verdad que hay contundentes y honestas críticas contra el mo-
            delo implantado, principalmente por haber asegurado la inclusión
            social de millones de brasileños por la vía del consumo y no de la
            defensa de la ciudadanía (educación, salud, transporte, seguridad).
            Pero hay que tener en cuenta, al mismo tiempo, una frase que Lula
            reiteró a lo largo de sus ocho años como presidente: no se puede
            cambiar del día a la noche una herencia tenebrosa de 500 años.
             Aun así, se multiplicaron las plazas en cursos superiores, se im-
            pusieron cuotas para minorías (negros, indígenas, por ejemplo), y
            otros tantos ejemplos de un ascenso social apenas soñado. Hijos de
            campesinos analfabetos fueron a la universidad, y sobran ejemplos
            de ese tipo de nueva vida.
             ¿Ha sido alcanzado un resultado suficiente para que se hable de
            inclusión social a gran escala? Seguramente no. Al fin y al cabo,
            además de los tan mencionados 500 años de férrea desigualdad, se
            trata de un país de poco más de 200 millones de habitantes, cuya
            inmensa mayoría se acostumbró a ser sometida a una vida sin otro


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