Page 37 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
engordado; en todo caso será de tanto vivir entre esas cosas
por lo que la mirada de mi madre es lejanamente dulce y
vagamente apagada, como sería si uno pudiera verlo, el
nostálgico aroma de las galleticas Palmer’s.
A veces mi madre y yo nos vamos pueblo adentro,
oyendo bajo nuestras pisadas el crujir de oro de las hojas
secas, nos vamos a lo largo de ese territorio de oro, a veces
ella y yo nos vamos, mirando yo caer las hojas secas que a
lo largo de años y años de vivir en su pueblito de recuerdos
se le han ido desprendiendo de su anticuado vestido de
flores a mi madre.
Vamos en un tranvía bajo la lluvia, pasajeros los dos de
un puente que ella le dijo a papá que parecía un barco, mi
madre quiere que nos detengamos donde está el vendedor
de granizado para que yo me coma las estrellas. Ahora me
sube a su hombro para que yo contemple por la primera
vez un río. Pero el fulgor de sus cabellos me resultó más
fascinante, pues como era ya la noche y era marzo, y apa-
reció la luna bajísima e inmensa, yo por la primera vez vi el
mar, ¡lo vi dormido de mi madre en los líquidos cabellos!
Ahora llegamos al momento en que yo no he na-
cido. Ahora mi madre está tendida sobre el mundo, y el
amor la agasaja de perfumes como a la tierra un río de du-
raznos; dócil, pluvial, arbórea, taza de leche enamorada,
está ahora tendida allí mi madre, cuna de flores el dulce
cuenco de su vientre, para tornear —suavísima alfarera—
la sustancia de siglos que cantando la nombra en la palabra
de mi padre.
Madre, pequeña fábrica de amor, mansa esposa del
Tiempo, milagro de tu carne fue darle forma humana a
las tinieblas y recoger la noche en tus entrañas para levan-
tarla como una espiga hacia la aurora. Yo lo sé, yo lo sé,
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