Page 108 - Perforación mediática
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tan abundante entre algunos de los que hoy editan su periódico.
Y huelga seguir citando casos porque no terminaríamos nunca.
Por ahora hablemos de esas criaturas que provisionalmente
llamaremos “Los pro invasión” o los “invasibles”, solo para evitar
vocablos genéricos como “traidores”, “apátridas” o “vendepatria”,
por trillados a lo largo de la historia. El “pro invasión” (“invasible”
o “invadible”) está aplastado por el complejo de inferioridad y otro
amasijo de complejos, así pida que lo violenten en otro idioma
(generalmente el del invasor): “Yanquis, come home”, gimen y
berrean. El desprecio del invasor lo deslumbra. No es masoquista,
es lambón. Solo sometido se siente feliz. O cree serlo.
El término pitiyanqui, nacido en otro tiempo y contexto, no
plasma toda la miseria del ser que nombra. En panamá llaman
“gringueros” a los aduladores de los gringos, pero los nuestros
caen en un nivel mucho más bajo y ruin que la adulancia. La
palabra compuesta “pro-invasión” los define, pero no los retra-
ta en toda su vileza. Es demasiada académica. Mientras busco
afanosamente la voz o expresión que arrope y dé la imagen en
3D del desgraciado, intuyo el término que el lector tiene en la
punta de la lengua, pero no lo escribiré aquí por ahora, para que
desayunen tranquilos.
LA CENA DE JUDAS
Antes de eructar en Naciones Unidas contra Venezuela, Trump
hizo una especie de cena-corral donde arrejuntó a los presidentes
de varios países de América Latina para leerles no precisamente
el sermón de la montaña, sino su cartilla imperial. El presidente
Maduro, con reminiscencia bíblica, llamó “La cena de Judas”
aquel aquelarre. El cachaco Santos ripostó que la comilona fue
para “consultarlos”, como si los imperios consultaran alguna vez
a sus cachorros.
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