Page 240 - Lectura Común
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La lectura común                            Nuestra sombra iluminada
              Alfonzo, pero donde descúbrese ya, si escuchamos lo que nom-
              bra y lo que calla, y aún sin el despojo semántico, el silencioso
              mediodía que habrá de ser Escampos, su aspereza asoleada, su
              larga mudez y dureza. Aquí, el paisaje, el rapio, es quien escribe,
              es quien testifica y narra, traza, mira y se ontologiza. Fue escrito
              en 1979, o hallado en el cuerpo del poeta la mañana en que lo
              atacó de improviso su corazón, como aquellas agoreras guacabas
              del poema: “No me asomen lejanzas / porque se van mis ojos. No
              me silbes tan bajito perdiz por las bocas del monte / para no andar
              trasteando estos campos/de solo”.
                  ¿Sabría Efraín  Hurtado cuánta  soledad  proponía su libro?
              Tanta, que su lector pareciera inencontrable o no existiese. Su
              poesía suele ser frecuentada por esa orfandad espacial de caste-
              llano de vaquería y de contemplador de espejismos…

                  Y puedes seguir sin necesidad de estar conversando con ese som-
                  brero que ya tiene la cinta desprendida y convertida en pedazo de   [ 239 ]
                  hilacho de tanto darle vuelta y vuelta sin decidirte nunca a mirarle
                  la cara a esa gente que te mira porque hacía ya mucho tiempo que
                  no te habían visto caminar por el pueblo pues prefieres quedarte
                  días enteros tirado boca abajo arriba de la sabana sin querer hacer
                  nada con esa punta de paja metida entre los dientes dándole a esos
                  ojos tuyos tan distantes que parecen que estuvieran puestos sobre
                  el suelo pelado pero que más bien andan buscando un palenque
                  algo para fijarlos adentro bien adentro.

                  Que sepamos, escasos son (si los hay) quienes se han asomado
              a Escampos, a la luminosidad que contiene y lo labra, como si el
              verano de los llanos fuera su punza sobre el cascajo y el matorral
              de su tierra, página tras página. El libro funda una escritura del
              lugar, una poética del ojo y del oído, figurativa entonces, mas figu-
              rativa de la apariencia, que no de lo visible ni de lo escuchado: es
              el poeta el que se calla, el que cierra los ojos y deja que el poema
              viva por sí, que cobre figura, que consiga un espacio en el papel.






       Lectura comun heterodox   239                                   13/4/10   12:35:53
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