Page 179 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               Osuna, un poeta oriundo de las barriadas caraqueñas y aún con la
               mancha del bozo de los adolescentes en el semblante. Tuvo la for-
               tuna de asistir al taller de poesía de Alfredo Silva Estrada porque
               este lo dejó hacer cada vez que quería entenderse con el lenguaje
               de la calle y de su parla nativa de francachela de barriada y elo-
               cuencia errabunda.
                  El bisoño tallerista no tardó mucho en dar a conocer su libro
               inicial: Mas si yo fuese poeta, un buen poeta, cuyos logros emocio-
               nara tanto a Silva Estrada. William Osuna había logrado irrum-
               pir entre Amanecí de bala y su contagioso estilo. Supo ser él y sus
               motivos: Gardel, Emily Dickinson, el abuelo, la madre, sus herma-
               nos, los dioses de las películas, sus tronados amigos, alguien lla-
               mado Fucho Briceño, el truco, el horror a todos los oficios. Y supo
               también valerse de un lenguaje, con el que emprendería ascen-
               dente ruta hacia el nombramiento. Dijo “me creí dolor/ y me dolí.
             [ 178 ] Me creí palo mayor y miré”. Y dijo más, dijo: “Se va el rencor/ a
               otear con su lazo triple/ el mismo sitio de siempre” y también dijo:
               “Vida, si no nací/ para esperar en lo desértico/ por qué llamas a la
               araña/ en el oleaje./ Vida, no vuelvas al contrario/ la certidumbre/
               de tu doble codo/ y a los 28 nudos de tu mula urbana:/ Sacia en mí/
               las ganas de poseerte/por entero”.
                  Está claro: ensayaba un lenguaje, un lenguaje que andando
               el tiempo llevaría su nombre. Y no se distrajo; trabajó en él como
               quien amasa barro y talla madera. No voy a recitar aquí los libros
               que siguieron. Quiero sólo detenerme a elogiar su elocuencia y su
               indetenible invención verbal e imaginera. Mientras transitamos su
               obra le vemos en un continuo tránsito por el presente y el pasado
               de la ciudad (Caracas y los rincones que suscitan sus temas) en
               actitud de funámbulo por los nombres de países reales y literarios,
               regiones de pantalla de cine, entre boleristas y tangueros, soneros
               y golpeadores de charanga, los viejos Beatles y los bares y las
               tabernas y las calles con esquinas de lecturas y papeles de aulas,
               propios y ajenos, releídos o recreados por citas sin referencia o con
               ellas a medio copiar, a la usanza de Ezra Pound y de Eliot, pero






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