Page 183 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               y menestrales, analfabeta y deletreada, con métrica de romance
               octosílabo, entonación de bandurria y de garganta de quejío
               andaluz. Fue ella, la lengua que embarcó en el puerto de Cádiz,
               nuestra primera vez cervantina.
                  Hubo menester inventarnos con sus x y sus z, su pedregullo de
               erres. Acaso, por ello, nuestro día del idioma sea la escritura, bien
               que dolida de pobrezas de estilo, del genovés Cristóforo Colombo
               cuando en su misiva a su Soberano determinó menos explicar-
               nos como naturales de un desmentido oriente que a imaginar-
               nos oriundos del Paraíso Terrenal, ribereños de uno de sus cua-
               tro ríos, holgando en un mundo verde y perfumoso cantado por
               aves de ojo y plumaje de tinte insólito, jamás reproducidos por los
               pintores de la Corte y de la Curia y los que encendieron al óleo la
               variopinta guardarropa de los señores y las pálidas muñecas que
               convenían a sus inconstancias de poder y nombradía.
                  Esa vez de su tercer viaje, el Almirante que iba al pairo por el
             [ 182 ]  golfo de Paria, ardidos sus ojos por la canícula y empañados por
               el velo blanco de la irrealidad, se negó a comprobar que el lugar
               del esplendor bíblico que de esta lastimada manera columbraba
               no eran más que las modestas elevaciones boscosas de Patao,
               Pico Santo y San José de la vecina península, austeros poblados
               de techo de moriche y sus habitantes gente vestida a lo sumo con
               hojas de bosque, collares de hueso de jiba, semilla de canutillo y
               a lo mejor algún fulgor de astilla de oro. A la distancia en que se
               hallaba su figura sobre la proa y en su fantasía mal podría sufrir,
               para desencanto o interrupción de su ensueño, el tormento del
               jején y de la plaga negra, tan asiduas de Macuro.
                  Entonces tomó su pluma de ganso y pergeñó en castellano
               viejo a su Rey ( fenecía ya el siglo quince bajo el fresco de su refugio
               haitiano) lo que sigue:


                  Ya dixe lo que yo hallava d’ este emisperio y de la fechura, y creo
                  que, si yo pasara por debaxo de la liña equinoccial que, en llegan-
                  do allí en esto más alto, que hallara muy mayor temperancia y di-






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