Page 184 - Lectura Común
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La lectura común Nuestra sombra iluminada
versidad en las estrellas y en las aguas, no porque yo crea que allí,
donde es altura del estremo, sea nabegable ni agua en que pueda
subir allá, porque allí creo que sea el Paraíso Terrenal, adonde no
pueda llegar nadie salvo por voluntad divina.
Y dijo más en su prosa cruda y tropezada. Dijo que tal país
paradisíaco, donde el agua marina sabía a miel, (su fe edénica
ignoraba que el enorme flujo orinoquense era su causa)
no era redondo en la forma que describen, salvo qu’es de la forma
de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el
pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy
redonda y en un lugar d’ ella fuese como una teta de muger allí
puesta, y qu’ esta parte d’ este pezón sea nás alta y más propinca
al cielo y qu’esta sea debajo de la línea equinoccial y en esta mar
Oceana el fin de oriente...
Así, en esa lengua que domeñara y corrigiera Don Miguel fui- [ 183 ]
mos inventados en 1498 como habitantes de una geografía mítica
que aún hoy, pasados los quinientos años de haber sido el pro-
ducto de un deslumbramiento solar y de una metáfora sensorial,
es antojo de la forzada (y no sin dejo de sorna) transfiguración
poética del florentino Vespuccio, quien asociara nuestros vento-
rrillos de paja guinea hincados en el lago marabino de Sinamaica
con los marmóreos palacios venecianos. Después de todo, es por
y a través del lenguaje poético como el hombre ha fundado lo per-
manente en medio de lo perecedero y de lo real. Sólo la apariencia
es verdad, aseguran los románticos; o sólo el sueño, que es expan-
sión de la realidad, ratifica Nerval.
Que lo digan nuestros poetas, desde Juan de Castellanos hasta
Palomares, inventores del español paisajístico y sensible venezo-
lano, para contentamiento del Quijote, su más alto confidente.
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