Page 155 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo

               formas transforman un tinte azul y púrpura de pesadilla y un ama-
               rillo de apocalipsis sobre un espacio abisal de tenebra. Tales regio-
               nes conforman una geografía de sacudidas psíquicas, un territorio
               de traumas. La oscuridad que envuelve esos paisajes se acrecienta
               con el ocaso, un ocaso donde algo o el final de todo se aproxima. Lo
               anuncian esos árboles entumecidos, esas ramas resecas que parecen
               clamar frente al desastre crepuscular. En otras pinturas asistimos
               al espectáculo que presentíamos: en esos cielos de desesperación
               y gritos cruzan figuras como pajarracos y espíritus quemados por
               un fuego rojo o como crucificados, mientras abajo la tierra (o lo que
               imaginamos suelo) exhuma volcanes y hornallas de fuego líquido
               que acentúan la desolación de unas planicies erosionadas sobre las
               que se tienden apariencias humanas que ignoramos si existen o se
               deshacen y navegan embarcaciones sobre un mar de arcilla. En este
               caos terrestre y cósmico, el artista llama al santoral católico y regio-
             [ 154 ] nal a presidir lo que en su alucinante imaginario acaece.
                  Retratista, Colombo reproduce las facciones de sus modelos
               prohibiéndoles sonreír. Todos permanecen rodeados  —asediados
               sería mejor— por ese color de miedo nocturno, quemado por la cen-
               tella o por el incendio. Las tallas no miran o entornan los ojos. Pocos
               son los que logran librarse de la madera bruta. Cada quien sufre o
               expresa melancolía.
                  El luthier que en él habita lo sosiega a juzgar por esos violines,
               esos cuatros y bandolinas, creados en la paz que no encontramos en
               su patria de sonámbulo y de convulsiones.
                  Psiquiatras, escritores y artistas han ido a tocar a las puertas de
               este ermitaño que medra entre las crisis mentales y la pobrecía. Cada
               uno pide la palabra para consignar diagnósticos y conjeturas o para
               jurar por el afecto que le profesan, como Félix Nazareno Pifano,
               cuyo diario prolonga las páginas del libro y en el cual refiere su visita
               con Orlando Araujo. El escritor quería saber por qué en sus cuadros
               insisten tanto el negro, el rojo y el amarillo. Nazareno Pifano repro-
               duce con realismo la respuesta del artista: “Me asusta la oscuridad…
               me hace sentir muy solo, me asusta la muerte, la sangre. Al pintar






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