Page 156 - Lectura Común
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La lectura común                            Nuestra sombra iluminada

              con esos colores siento como si corriera a la muerte y a la sangre. Me
              alivia el amarillo que es la luz…”
                  Otro día se hizo acompañar por Susana Aray, una periodista
              y productora de Venezolana de Televisión y más tarde por Margot
              Benacerraf. Unas páginas más allá se escuchan las voces de Rosa-
              lía Sequera, de Martín Díaz Peraza y de los poetas Jesús Enrique
              Barrios y de Bayardo Ramírez elogiando los fantasmas y aparicio-
              nes de este paisajista de los abismos del ser.
                  Al igual que la imagen del insecto atravesado por la aguja en las
              vitrinas de los museos de ciencia, el análisis clínico fue prosaico: he
              aquí a un enfermo mental, un esquizofrénico; se cita a Ernest Kris, a
              Meissmer, a los congresos de psiquiatría y se nombra a Moisés Feld-
              man (el último en visitarlo) o a Van Gogh. Con todo, el diario con-
              mueve por el minucioso pormenor con que revela la angustiosa vida
              de Colombo. Apenas granuja abandonó los cerros de su nacimiento
              en los aledaños de Baragua, ese pueblo de casas grandes y no menos
              solariega soledad y vivió por última vez su infancia en Carora. En   [ 155 ]
              la ciudad de los valles deprimidos tuvo tiempo para transitar por las
              aulas de la escuela primaria sin que supiera nunca cómo mezclar los
              colores ni cómo manejar el pincel o el lápiz del dibujo, pero cierto
              día logró exhibir sus primeras pesadillas y que lo nombraran en las
              bocas de las gentes y de la prensa escrita. Hoy es este libro y unas
              cuantas fotografías de su apariencia real a modo de camino tortuoso
              hacia la demencia, sus pinturas entre Dalí y Chagal, sus tallas de ojos
              vencidos y de párpados tapiados y las ciento dieciséis páginas res-
              tantes para que lo imaginemos asomado tras la puerta de su casa en
              la vereda Nº 53 del barrio barquisimetano de San Vicente. Es decir,
              en ninguna parte, como el olvido.
















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