Page 134 - Lectura Común
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La lectura común Por el ojo de la letra
narra exteriormente (la presencia, al punto fija y cambiante, de
Tido Freites y de Cancia Köhler o Cancia Bartolomé) deriva hacia
una irrefrenable oblicuidad de existencias y situaciones las cua-
les hallan su justificación en las llamadas que se inmiscuyen en
sus destinos, ora como notas al margen de distinta anécdota, ora
como mera información de lo que creemos cierto o inefable. De
pronto, tropezamos con el inicio de otros libros o con sus posibles
finales. Entonces hemos de retroceder o cambiar de dirección.
Acaso los rasgos verdaderos del escenario (el Delta, Tucupita, sus
pueblos y sus red de caños) resulten tan próximo o lejanos tal el
entrabamiento amoroso y sexual de aquellos personajes que se
dicen principales y todo acaece como tiene dicho el autor o los
autores o cualquier lector en un momento del libro: “El Delta es
así: borra lo que ha formado”. ¿Por qué no atrevernos a atribuirle
a Cavafy la posible autoría o complicidad con el sentimiento del
adiós que atraviesa la novela? ¿Por qué no hallar su trasunto social
en la cita de Marx y Engels leída en páginas postreras por Tido [ 133 ]
Freites sobre lo que es pertenencia y es expoliación, esa otra cara
de la pasión corporal y nostálgica de la pareja de que hablamos
unas líneas más arriba? ¿Quién y dónde concluye —si es que con-
cluye— la escritura? ¿El olor a mango de Clavellina en la balada
de Eudes Balza? ¿La muerte y sus caños de otredad o aquella pre-
gunta de uno de sus autores (el de la novela o tú y yo) al intentar, en
un momento de su inseguridad y sus disculpas, el anuncio de una
narración que ya, desde las primeras páginas, comienza a desho-
jarse, a trastrocar su orden primario, insistiendo, una y otra vez
con desesperante e insistente duda: “¿Cuándo, dónde comienza
algo?”
No es posible reducir la creación de Humberto Mata a una
única lectura, me explico, a su lectura aparente. Pie de página es
antes que novela y no sólo ella, tan atenta al ostinato rigore: trata
de un viaje deltaico a los derroteros fluviales del lenguaje y su
enredijo vegetal y humano. Sólo así lograríamos captar su embru-
jante materia, hecha de carne y sueño, de delicia y lastimadura,
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