Page 133 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               prestara la deformante geografía en que muere y nace a un tiempo
               el Orinoco. La deuda que le atribuye Sael Ibáñez se adivina, cier-
               tamente, en el planteamiento de lo ambiguo, lo supuesto y lo
               conjetural sobre los que descansa la novela, pero, con todo, creo
               más en la doble y hasta varia materialidad de la historia de amor
               escrita por Faulkner en Las palmeras salvajes, desarticulada por
               el tiempo narrativo y memorioso, esto es, por su inconsistencia
               como apariencia. Unas hojas más tarde, a medida que transcurría
               mi lectura de la fluvial anécdota de Pie de página (fluvial, como el
               juntamiento y alejamiento de los caños del estuario orinoquense),
               aquella vecindad que casi por capricho creí suponer aproximaba
               Las palmeras salvajes al libro de Mata, se distanciaba cuando
               esta torció hacia un espacio verbal laberíntico de aguas, boscajes
               y existencias del que nunca salimos porque se extravía lo que en
               algún momento de la lectura (o de nuestra escritura y reescritura
             [ 132 ] de lector-coautor) confiábamos fuera su fingido hilo de Ariadna.
                  Atrapados dentro de sus pasadizos terminamos por rendir-
               nos a su fascinante sistema de rutas y oquedades cambiantes,
               suerte de fortificaciones reales e ilusorias hechas y deshechas
               por el ingenio del constructor que se place en hacer y deshacer su
               forma de castillo de arena, implicándonos en el levantamiento y
               desplome de su apariencia. Hablo de una escritura que procede
               de esa guisa, que pareciera dudar de lo que narra, desnarra y reco-
               mienza a cada instante su labor creadora y destructora, cerrando
               y abriendo posibles subterfugios por ganas de atraparnos en el
               engaño de lo que creíamos cierto o posible y en cuya estratagema
               nos sorprendió su controvertida naturaleza, a la que contribui-
               mos, con el autor o el supuesto inventor de su apariencia, a darle
               posible consistencia juntos o solos, uno y muchos, todos o nin-
               guno, porque lo que en ella se dice carece de dueño conocido: ha
               sido obra de un lenguaje impersonal, sin autoría propia, desauto-
               rizada por la duda, el descreimiento, agobiada por el “talvez”, el
               “quiensabe”, el “puedeser” y la enmienda del comentario, la adver-
               tencia, la rectificación, la pregunta con o sin respuesta. Lo que se






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