Page 131 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo

                  El Libertador —y hay que creerle a Rafael María Baralt— “apro-
               vechó esa indisciplina de los llaneros, ese instinto del desorden y el
               pillaje”. Gramkel, a su vez, le hace decir que “los llaneros han pasado
               mucho tiempo combatiendo y creían que se les estaba privando de las
               ganancias de la guerra”. En algún momento de Cantaclaro, Gallegos
               oye hablar a Juan Crisóstomo Payara a la sombra de la vasta incle-
               mencia sobre el espíritu anarquista que habitaba (¿qué habita?) en los
               llaneros que a voluntad suya bregan con su dura vida: “ese rebaño, el
               mismo que siguió al General Páez llamándose patriota, después de
               haber seguido a Boves llamándose realista otra vez hubiera seguido a
               éste si hubiera resucitado”, asegura el Diablo del Cunaviche.
                  Hemos querido copiar estas y muchas otras citas del libro de
               Rodríguez en las que hallamos el núcleo mismo de su motivo último,
               el cual que no es otro que el del fin del llano. La ética llanera —como
               tiene dicho Rodríguez—, el informador de Gallegos, Antonio José
             [ 130 ] Torrealba y él mismo, escritor de valía, teme que el llano muera
               con el alcoholismo, pero habrá de redimirlo —son sus palabras—
               “la vergüenza propia, que es el orgullo del ser regional, a manera de
               coraza contra toda dependencia y humillación”. O el horizonte y los
               rumbos, como siente Julio César Sánchez Olivo. El cronista de San
               Fernando y creador de la elegía “Cajón de Arauca Apureño”, se lo
               avisa a José Natalio Estrada, poeta y llanero de un llano hoy inen-
               contrable: “Cuando se acaben los rumbos/ y el horizonte allá lejos/
               entonces José Natalio,/ si es verdad que estamos muertos”.
                  Lo dijo en octosílabos, que es fabla de sabana. Y cantado a
               punta de arpa, que es voz y música del país de tierra lisa. ¿Por qué,
               entonces, no jurar que el llano y su dramática desfiguración per-
               manecerá siempre mientras nos mire el horizonte y mientras lo
               reclamen sus poetas y sus músicos? Ya lo dijo Jorge Luis Borges,
               tan ajeno a la rienda y a la espuela, que había un momento de la
               tarde en que la llanura parecía decirnos algo. Es el llano, el llano,
               que nos mira y quiere hablarnos. El llano, a pesar de nosotros.









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