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1914-1918: la Gran Guerra
El juicio de las responsabilidades de la guerra europea está aún
abierto. Ninguna duda cabe respecto a las intenciones agresivas y a
los planes imperialistas del Káiser alemán. Pero ninguna duda cabe
tampoco acerca de las maniobras con que Inglaterra, Rusia y Francia,
aunque no fuera más que proponiéndose dar jaque mate al Káiser,
conducían a Europa a la guerra. Los términos humillantes en que Austria
trató a Servia, exigiéndole reparación por el asesinato de Sarajevo, no
habrían sido tan inexorables y duros, si Austria, que sabía que tras de
Servia estaba Rusia, no se hubiese sentido incondicionalmente respal-
dada, si no excitada, por Alemania. Rusia, a su vez, no habría sostenido
tan resueltamente a Servia ni habría marchado tan de prisa a la movi-
lización, si no hubiese estado segura de que tanto Francia como Ingla-
terra, se habrían de lanzar con ella contra los Imperios Centrales. Un
hombre de gobierno de uno de los principales pueblos combatientes,
Lloyd George, ha convenido en que la tesis más prudente es la de que a la
guerra se llegó no por premeditada y exclusiva voluntad de una sola de
las partes, sino por una serie de actos irreflexivos, de todos o casi todos
los beligerantes, que hicieron finalmente inevitable el conflicto armado.
Las memorias del embajador de Francia en Rusia, hasta 1912, Georges
Louis, entre otros documentos, acreditan la complicidad de la Cancillería
francesa con los manejos de la diplomacia zarista más intrigante y peor
intencionada. Escritores franceses como Fabre Luce y M. Morhardt, han
demostrado en sus libros, documentada y seriamente, la inconsistencia
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