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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


                 La falta de víveres se encargó de desencadenarlas. El 10 de marzo se
              declaró la huelga en las fábricas y tranvías. El 11 los soldados fraterni-
              zaron con el pueblo. Los actos del Zar aumentaron la tensión. Un úkase
              imperial ordenó la suspensión de la Duma. La Duma resistió. La insu-
              rrección  estalló  incontenible.  El  14  el  zar,  conminado  a  retirarse  por
              Rodzianko, presidente de la Duma, abdicó a favor de su tío el gran duque
              Miguel. Pero éste, percatado de los peligros de la situación, declaró que
              no  aceptaría  el  poder  sino  por  mandato  de  una Asamblea  Nacional,
              elegida por el voto popular. El gobierno provisorio constituido por la
              Duma, bajo la presidencia del príncipe Livov, y con la participación de
              Rodzianko, Miliukov y Kerensky, se mostró pronto en desacuerdo con el
              espíritu revolucionario del movimiento. Kerensky asumió entonces la
              presidencia del gobierno.
                 Pero Kerensky no era tampoco el jefe que la revolución necesitaba.
              Demasiado obsecuente con los gobiernos aliados, que se arrogaban en el
              derecho de asesorarlo por intermedio de sus embajadores, no osó romper
              abiertamente con todas las instituciones y hombres del zarismo. Menos
              aún osó actuar la política que el pueblo, por órgano de sus consejos de
              obreros y soldados, reclamaba con creciente instancia: la cesación de la
              guerra y el reparto de tierras. El partido socialista revolucionario al cual
              pertenecía Kerensky, reclutaba, sin embargo, sus fuerzas en el campesi-
              nado, que era la clase que más sentía ambas reivindicaciones.
                 La  reacción,  alentada  por  las  hesitaciones  y  compromisos  de
              Kerensky, empezó a amenazar las conquistas revolucionarias. Por mano
              del general Kornilov, intentó un golpe de estado que encontró alertas y
              vigilantes a las fuerzas proletarias, dirigidas cada vez con mayor auto-
              ridad, por el Partido Bolchevique.
                 Lenin, líder y animador de este partido, revolucionario y estadista,
              genial, a quien la crítica menos sospechosa de parcialidad reconoce los
              rasgos y la grandeza de un Cromwell, encontró en la fórmula, «todo el
              poder a los Soviets», la voz de orden que debía llevar la victoria a la revo-
              lución. Los soviets de obreros y soldados tenían el control de la situa-
              ción, y al influjo de una enérgica propaganda y de un programa claro y
              realista, pronto se pronunciaron a favor del bolchevismo.




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