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La escena contemporánea y otros escritos


               Alemania no pudo escoger libremente sus aliados. Tuvo que contentarse
               con ser el eje de una triple alianza en la que tenía a su lado a Austria e
               Italia, históricamente mal avenidas. Su diplomacia no previno, al menos,
               la posibilidad de un convenio entre Italia y Francia, conforme al cual la
               primera se obligaba a permanecer neutral, en caso de guerra con una
               de sus aliadas, si la segunda era agredida. El Canciller alemán sentía tan
               segura, tan inexpugnable la posición de su patria que, cuando alguien
               en el Reichstag aludió, al convenio, declaró que el Imperio bien podía
               consentir a su aliada «una pequeña vuelta de vals» con Francia.
                  Francia, cuya clase dirigente nunca había renunciado a una eventual
               futura reivindicación de Alsacia-Lorena, había hallado en la alianza con
               Inglaterra, negociada por Delcassé, su más sólida garantía contra el prepo-
               tente  crecimiento  alemán.  En  realidad  sus  dos  alianzas,  la  vinculaban
               inexorablemente a una política antigermana, a la cual Francia no podría en
               adelante sustraerse para actuar según su propio arbitrio. Rusia tenía inte-
               reses antagónicos con los Imperios Centrales en los Balcanes y el Oriente,
               oposición que llegó a pesar en su política más que sus viejos resentimientos
               y rivalidades con el imperialismo británico. Inglaterra desde el momento
               en que Alemania aspiraba abiertamente a reemplazarla en la hegemonía
               mundial, tenía que dirigir todos sus esfuerzos contra ese Estado.
                  La política europea reflejaba, simplemente, en todas estas tendencias
               y problemas, las contradicciones de la economía capitalista, arribada a la
               meta de su desenvolvimiento. Por una parte, la democracia parlamentaria
               y el sufragio universal, elevaban al gobierno programas y partidos que
               repudiaban la diplomacia secreta y propugnaban una política de paz, la
               reducción de armamentos y la proscripción de la guerra; por otra parte, el
               interés imperialista constreñía a los estados a anular en la práctica este
               progreso, continuando y aumentando su preparación bélica.














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