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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              de santo no ha cesado de extenderse. Cuenta un periodista cómo al retiro
              del Mahatma afluyen peregrinos de diversas razas y comarcas; asiáticas
              Gandhi recibe, sin ceremonias y sin protocolo, a todo el que llama a su
              puerta. Alrededor de su morada, viven centenares de hindúes felices de
              sentirse junto a él.
                 Ésta es la gravitación natural de la vida del Mahatma. Su obra es
              más  religiosa  y  moral  que  política.  En  su  diálogo  con  Rabindranath
              Tagore, el Mahatma ha declarado su intención de introducir la religión
              en la política. La teoría de la no cooperación está saturada de preocu-
              paciones éticas. Gandhi no es verdaderamente el caudillo de la libertad
              de la India, sino el apóstol de un movimiento religioso. La autonomía de
              la India no le interesa, no le apasiona, sino secundariamente. No siente
              ninguna prisa por llegar a ella. Quiere, ante todo, purificar y elevar el alma
              hindú. Aunque su mentalidad está nutrida, en parte, de cultura europea,
              el Mahatma repudia la civilización de Occidente. Le repugna su mate-
              rialismo, su impureza, su sensualidad. Como Ruskin y como Tolstoy, a
              quienes ha leído y a quienes ama, detesta la máquina. La máquina es para
              él el símbolo de la «satánica» civilización occidental. No quiere, por ende,
              que el maquinismo y su influencia se aclimaten en la India. Comprende
              que la máquina es el agente y el motor de las ideas occidentales. Cree que
              la psicología indostana no es adecuada a una educación europea; pero
              osa esperar que la India, recogida en sí misma, elabore una moral, buena
              para el uso de los demás pueblos. Hindú hasta la médula, piensa que la
              India puede dictar al mundo su propia disciplina. Sus fines y su actividad,
              cuando persiguen la fraternización de hinduistas y mahometanos o la
              redención de los intocables, de los parias, tienen una vasta trascendencia
              política y social. Pero su inspiración, es esencialmente religiosa.
                 Gandhi  se  clasifica  como  un  idealista  práctico.  Henri  Barbusse  lo
              reconoce, además, como un verdadero revolucionario. Dice, en seguida,
              que “este término designa en nuestro espíritu a quien, habiendo conce-
              bido, en oposición al orden político y social establecido, un orden dife-
              rente, se consagra a la realización de este plan ideal por medios prácticos”
              y agrega que “el utopista no es un verdadero revolucionario por subver-
              sivas que sean sus sinrazones”. La definición es excelente. Pero Barbusse
              cree, además, que “si Lenin se hubiese encontrado en el lugar de Gandhi,


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