Page 294 - La escena contemporánea y otros escritos
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La escena contemporánea y otros escritos


               melancólico, el vino capitoso y perfumado de la decadencia burguesa; no
               es el amargo y áspero mosto de la revolución proletaria. Tiene contornos
               exquisitos y aromas aristocráticos. Los títulos de sus libros son de un
               gusto quintaesenciado y hasta decadente: El estuche de nácar, El jardín
               de Epicuro, El anillo de amatista, etc. ¿Qué importa que bajo la carátula
               de El anillo de amatista se oculte una procaz intención anticlerical? El
               fino título, el atildado estilo, bastan para ganar la simpatía y el consenso
               de la opinión burguesa. La emoción social, el latido trágico de la vida
               contemporánea quedan fuera de esta literatura. La pluma de France no
               sabe aprehenderlos. No lo intenta siquiera. El ánima y las pasiones de la
               muchedumbre se le escapan. “Sus finos ojos de elefante” no saben pene-
               trar en la entraña oscura del pueblo; sus manos pulidas juegan felina-
               mente con las cosas y los hombres de la superficie. France satiriza a la
               burguesía, la roe, la muerde con sus agudos, blancos y maliciosos dientes;
               pero la anestesia con el opio sutil de su estilo erudito y musical, para que
               no sienta demasiado el tormento.
                  Se  exagera  mucho  el  nihilismo  y  el  escepticismo  de  France  que,
               en verdad, son asaz leves y dulces. France no era tan incrédulo como
               parecía. Impregnado de evolucionismo, creía en el progreso casi orto-
               doxamente. El socialismo era para France una etapa, una estación del
               Progreso. El valor científico del socialismo lo conmovía más que su pres-
               tigio  revolucionario:  Pensaba  France  que  la  revolución  vendría;  Pero
               que vendría casi a plazo fijo. No sentía ningún deseo de acelerarla ni de
               precipitarla. La revolución le inspiraba un respeto místico, una adhesión
               un poco religiosa. Esta adhesión no fue, ciertamente, un episodio de su
               vejez. France dudó durante mucho tiempo; pero en el fondo de su duda
               y de su negación latía un ansia imprecisa de fe. Ningún espíritu, que se
               siente vacío, desierto, deja de tender, finalmente, hacia un mito, hacia una
               creencia. La duda es estéril y ningún hombre se conforma estoicamente
               con la esterilidad. Anatole France nació demasiado tarde para creer en
               los mitos burgueses; demasiado tempranos para renegarlos plenamente.
               Lo sujetaban a una época que no amaba, el pesada lastre del pasado, los
               sedimentos de su educación y su, cultura, cargados de nostalgias esté-
               ticas. Su adhesión a la revolución fue un acto intelectual más bien que un
               acto espiritual.


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