Page 199 - La escena contemporánea y otros escritos
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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
los Soviets en el Asia, que “presenta a Rusia como la gran libertadora de
los pueblos del Oriente”. La conclusión esencial del libro es ésta: “La vieja
Rusia ha muerto, muerto para siempre. Brutal pero lógica, violenta, mas
consciente de su fin, se ha producido una Revolución hecha de rencores,
de sufrimientos, de cóleras desde hacía largo tiempo acumuladas”.
De Monzie empieza por demostrar que Rusia no es ya el país
bloqueado, ignorado, aislado, de hace algunos años. Rusia recibe todos los
días ilustres visitas. Norte América es una de las naciones que demuestra
más interés por explorarla y estudiarla. El elenco de huéspedes norte-
americanos de los últimos tiempos es interesante: el profesor Johnson,
el ex-gobernador Goodrich, Meyer Blomfield, los senadores Wheeler,
Brookkhart, William king, Edwin Ladde, los obispos Blake y Nuelsen,
el ex-Ministro del Interior Sécy Fall, el diputado Frear, John Sinclair, el
hijo de Roosevelt, Irvings Bush, Dodge y Dellin de la Standard Oil. El
cuerpo diplomático residente en Moscú es numeroso. La posición de
Rusia en el Oriente se consolida día a día; De Monzie entra en seguida,
a examinar las manifestaciones del resurgimiento ruso. Teme a veces
engañarse; pero, confrontando sus impresiones con las de los otros visi-
tantes; se ratifica en su juicio. El representante de 1a Compañía General
Transatlántica, Maurice Longe piensa como De Monzie: “La resurrección
nacional de Rusia es un hecho, su renacimiento económico es otro hecho
y su deseo de reintegrarse en la civilización occidental es innegable”. De
Monzie reconoce también a Lunatcharsky el mérito de haber salvado los
tesoros del arte ruso, en particular del arte religioso. “Jamás una revo-
lución —declara— fue tan respetuosa de los monumentos”. La leyenda
de la dictadura le parece a De Monzié muy exagerada. “Si no hay en
Moscú control parlamentario, ni libre opinión para suplir este control, ni
sufragio universal, ni nada equivalente al referendum suizo, no es menos
cierto que el sistema no inviste absolutamente de plenos poderes a los
comisarios del pueblo u otros dignatarios de la república”. Lenin, cierta-
mente, hizo figura de dictador; pero “nunca un dictador se manifestó más
preocupado de no serlo, de no hablar en su propio nombre, de sugerir
en vez de ordenar”: El senador francés equipara a Lenin con Cromwell.
“¡Semejanza entre los dos jefes —exclama—, parentesco entre las dos
revoluciones!” Su crítica de la política francesa frente a Rusia es robusta.
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