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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              fábricas rescataron, las acciones y los valores norteamericanos que poseía
              Europa. Empezaron, en seguida; a acaparar acciones y valores europeos.
              Europa pasó de la condición de acreedora a la de deudora de los Estados
              Unidos. En los Estados Unidos se acumuló más de la mitad del oro del
              mundo. Adquiridos estos resultados, los yanquis sintieron instintivamente
              la necesidad de defenderlos y, acrecentarlos. Necesitaron, por esto, licen-
              ciar a Wilson. El verbo de Wilson, los embarazaba y molestaba. El programa
              wilsoniano, útil en tiempo de guerra, resultaba inoportuno en tiempo de
              paz. La Nueva Libertad, propugnada por Wilson, convenía a todo el mundo,
              menos a los Estados Unidos. Volvieron, así, los republicanos al poder.
                 ¿Qué cosa habría podido inducir a los Estados Unidos a regresar,
              aunque no fuera sino muy tibia y parcamente, a la política wilsoniana? El
              candidato demócrata Davis era un ciudadano prudente, un diplomático
              pacato, sin la inquietud ni la imaginación de Wilson. Los Estados Unidos
              podían haberle confiado el gobierno sin peligro para sus intereses impe-
              riales. Pero Coolidge ofrecía más garantías y mejores fianzas. Coolidge
              no se llama sino republicano, en tanto que Davis se llama demócrata,
              denominación, en todo caso, un poco sospechosa. Davis, tenía, además,
              el defecto de ser orador. Coolidge, en cambio, silencioso, taciturno, estaba
              exento de los peligros de la elocuencia. Por otra parte, en el partido demó-
              crata quedaba mucha gente, impregnada todavía de ideas wilsonianas.
              Mientras tanto, el partido republicano había conseguido separarse de
              sus Lafollette, esto es de sus hombres más exuberantes e impetuosos.
              Lafollette, naturalmente, era para el capitalismo y el imperialismo norte-
              americanos un candidato absurdo. Un disidente peligroso, un desertor
              herético de las filas republicanas y de sus ponderados principios.
                 La  elección  de  Mr.  Calvin  Coolidge  no  podía  sorprender,  por  ende,
              sino a muy poca gente. La mayor parte de los espectadores y observadores
              de la vida norteamericana la preveía y la aguardaba. Aparecía evidente la
              improbabilidad de que los Estados Unidos, o mejor dicho sus capitalistas,
              quisiesen cambiar de política. ¿Para qué podían querer cambiarla? Con
              Coolidge las cosas no andaban mal. A Coolidge le faltaba estatura histórica,
              relieve mundial. Pero para algo había periódicos, agencias y escritores listos
              a inventarle una personalidad estupenda a un candidato a la Presidencia de
              la República. La biografía, la personalidad reales de Coolidge tenían pocas


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