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El imperio y la democracia yanquis
Con Mr. Coolidge y Mr. Dawes en el gobierno de los Estados Unidos, no
es posible esperar que la causa de la libertad y de la democracia wilsonianas
progresen gaya y beatamente como los brindis de Ginebra auguraban. Las
elecciones norteamericanas han sancionado la política de Mr. Hughes y
Mr. Coolidge. Política nacionalista, imperialista, que aleja al mundo de las
generosas y honestas ilusiones de los fautores de la liga wilsoniana.
Los Estados Unidos, manteniendo una actitud imperialista, cumplen
su destino histórico. El imperialismo, como lo ha dicho Lenin, en un
panfleto revolucionario, es la última etapa del capitalismo. Como lo ha
dicho Spengler, en una obra filosófica y científica, es la última estación polí-
tica de una cultura. Los Estados Unidos, más que una gran democracia son
un gran imperio. La forma republicana no significa nada. El crecimiento
capitalista de los Estados Unidos tenía que desembocar en una conclusión
imperialista. El capitalismo norteamericano no puede desarrollarse más
dentro de los confines de los Estados Unidos y de sus colonias. Manifiesta,
por esto, una gran fuerza de expansión y de dominio. Wilson quiso noble-
mente combatir por una Nueva Libertad, pero combatió, en verdad, por un
nuevo imperio. Una fuerza histórica, superior a sus designios, lo empujó
a la guerra. La participación de los Estados Unidos en la guerra mundial
fue dictada por un interés imperialista. Exaltando, elocuente y solemne-
mente, su carácter decisivo, el verbo de Wilson sirvió a la afirmación del
Imperio. Los Estados Unidos, decidiendo el éxito de la guerra, se convir-
tieron repentinamente en árbitros de la suerte de Europa. Sus bancos y sus
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