Page 170 - La escena contemporánea y otros escritos
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La escena contemporánea y otros escritos


               suscribir  por  segunda  vez,  sin  la  presión  guerrera  de  la  primera,  su
               propia condena. Durante la crisis post-bélica, mucho se ha escrito y se ha
               hablado sobre la incalificable dureza del Tratado de Versalles. Los polí-
               ticos y los ideólogos, propugnadores de un programa de reconstrucción
               europea, han repetido, hasta lograr hacerse oír por mucha gente, que la
               revisión del Tratado de Versalles es una condición esencial y básica de
               un nuevo equilibrio internacional. Esta idea ha ganado muchos prosé-
               litos. La causa de Alemania en la opinión mundial ha mejorado, en suma,
               sensiblemente.  Es  absurdo,  por  todas  estas  razones,  pretender  que
               Alemania refrende, sin compensación, las condiciones vejatorias de la
               paz de Versalles. El estado de ánimo de Alemania no es hoy, de otro lado,
               el mismo de los días angustiosos del armisticio. Las responsabilidades
               de la guerra se han esclarecido en los últimos seis años. Alemania, con
               documentación propia y ajena, puede probar, en una nueva conferencia
               de la paz, que es mucho menos culpable de lo que en Versalles parecía.
                  Los políticos de la democracia y de la reforma aprovechan del tema
               del pacto de seguridad para proponer a sus pueblos una meta: la orga-
               nización de los Estados Unidos de Europa. Únicamente —dicen— una
               política de cooperación internacional puede asegurar la paz a Europa.
               Pero la verdad es que no hay ningún indicio de que las varias burgue-
               sías europeas, intoxicadas de nacionalismo, se decidan a adoptar este
               camino. Inglaterra no parece absolutamente inclinada a sacrificar algo
               de su rol imperial ni de su egoísmo insular. Italia, en los discursos mega-
               lómanos del fascismo, reivindica consuetudinariamente su derecho a
               renacer como imperio.
                  Los Estados Unidos de Europa aparecen, pues, en el orden burgués,
               como una utopía. Aun en el caso de que el tratado de seguridad obtenga
               la adhesión leal de todos los Estados de Europa, quedará siempre fuera
               de este sistema o de este compromiso la mayor nación del continente:
               Rusia. No se constituirá por tanto una asociación destinada a asegurar
               la paz sino, más bien, a organizar la guerra. Porque, como una conse-
               cuencia natural de su función histórica, una liga de estados europeos que
               no comprenda a Rusia tiene que ser, teórica y prácticamente, una liga
               contra Rusia. La Europa capitalista tiende cada día más a excluir a Rusia
               de los confines morales de la civilización occidental. Rusia, por su parte,


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